De esta serie televisiva producida por HBO, de la que se llegaron a rodar tres temporadas, se ha destacado principalmente el carácter pretendidamente más "realista" (¿en verdad, qué significará este término?) de la trama y de las ambientaciones, que rompen con la mitología creada por el western clásico acerca de la forma en la que tuvo lugar la expansión colonial e imperialista estadounidense hacia el sur y hacia el oeste a lo largo del siglo XIX, y la constitución de las nuevas comunidades de colonos y emigrantes. "Realismo" que se fuerza a través de un constante énfasis en la "suciedad" de la realidad descrita: destacando la violencia, la injusticia, la pura suciedad y degradación físicas, etc. (Un énfasis que, de hecho, se ha ido convirtiendo en "marca de la casa" -del "toque HBO"-, hasta un punto en que está comenzando a parecer banal, por consabida y excesivamente artificioso.)
A mi entender, sin embargo, lo más notable de la serie no es esto: al fin y al cabo, ya el llamado "western crepuscular" norteamericano, desde finales de los años sesenta y hasta -por lo menos- Michael Cimino, y luego aún con más fuerza el "eurowestern", transitaron por esta senda de la retórica de la miseria. Por el contrario, lo más llamativo es el enfoque adoptado por sus creadores, guionistas y directores, optando por una construcción dramática obviamente dependiente de la estética teatral (y por una puesta en imágenes coherente con dicho enfoque).
En efecto, si algo llama particularmente la atención en las formas de esa representación que es Deadwood, ello es la decisión de construir todos y cada uno de sus capítulos esencialmente alrededor de escenas profusamente dialogadas en las que un personaje protagonista lleva a cabo un monólogo o, a lo sumo, dos de ellos dialogan. La acción física cobra, en este sentido, una importancia muy secundaria en el desarrollo dramático de la serie: resulta ser, en la práctica, un modo de que la trama avance. Pero nada verdaderamente relevante se pone en juego en dichas acciones: ni en cuanto a los temas abordados, ni en cuanto a la trascendencia de la historia; y menos aún -ya lo he destacado- por lo que hace al desarrollo dramático, o las formas visuales de la representación.
De este modo, lo que el/a espectador(a) se encuentra, al cabo, es una representación, a través de los diálogos, de lo que pretenden ser las vicisitudes psíquicas y las contradicciones morales de esos "hombres (y mujeres) del Oeste". Es decir, de nuevo (como en tantas otras ocasiones en la estética cinematográfica norteamericana más convencional -y también esto empieza a parecer otra marca de estilo de las producciones televisivas de HBO), se intenta dotar de profundidad psicológica a los personajes de la trama: aquí, a través de la explicitación de trazos relevantes de sus pensamientos, en monólogos y diálogos. Todo ello, por supuesto, a costa de cualquier profundización en las condiciones sociales: de la propia comunidad que pretendidamente se está describiendo. (Mucho menos, por supuesto, del resto del entorno en el que la trama tiene lugar: la explotación de los inmigrantes, el exterminio de los indígenas, el esclavismo, el acaparamiento de tierras a manos de los terratenientes, la expansión del gran capital, fenómenos todos ellos esenciales para explicar el desarrollo y las características del capitalismo y del estado estadounidenses, aparecen aquí como un trasfondo apenas entrevisto de aquello que centra la narración: las pequeñas historias, de supervivencia y de fracaso, de unos pocos individuos atrapados en una ciudad naciente.)
Por todo ello (y aunque, como siempre, la serie se ve con agrado), uno no puede dejar de albergar la sensación de haber contemplado una narración (estéticamente) "antigua": una suerte de film d'art modernizado, en el que se pretende que lo sublime (lo revelador) nazca de las palabras. Cuando, en realidad, las palabras que se ponen en boca de los actores obedecen, antes que nada, a una forma teatral un tanto desfasada de presentación de personajes: ya en el medio teatral (donde, a pesar de que la presencia física del actor y de su voz aumentan siempre la potencia dramática de los diálogos, la técnica de llevar a cabo una constante exposición verbal, durante horas y horas, como forma de describir a los personajes parece decididamente pobre); y más, desde luego, cuando la representación es, como en este caso, a través de medios audiovisuales. Y que todo ello (diálogos, escenas dialogadas, retórica de la miseria) no permite (peor: finge permitirnos, pero no lo hace en realidad) que accedamos a lo que podría resultar verdaderamente interesante: el ambiente social de la comunidad naciente. Ambiente que, de hecho, aparece entrevisto casi tan sólo a través de la evocación de tópicos, insuficientemente tratados.
A mi entender, sin embargo, lo más notable de la serie no es esto: al fin y al cabo, ya el llamado "western crepuscular" norteamericano, desde finales de los años sesenta y hasta -por lo menos- Michael Cimino, y luego aún con más fuerza el "eurowestern", transitaron por esta senda de la retórica de la miseria. Por el contrario, lo más llamativo es el enfoque adoptado por sus creadores, guionistas y directores, optando por una construcción dramática obviamente dependiente de la estética teatral (y por una puesta en imágenes coherente con dicho enfoque).
En efecto, si algo llama particularmente la atención en las formas de esa representación que es Deadwood, ello es la decisión de construir todos y cada uno de sus capítulos esencialmente alrededor de escenas profusamente dialogadas en las que un personaje protagonista lleva a cabo un monólogo o, a lo sumo, dos de ellos dialogan. La acción física cobra, en este sentido, una importancia muy secundaria en el desarrollo dramático de la serie: resulta ser, en la práctica, un modo de que la trama avance. Pero nada verdaderamente relevante se pone en juego en dichas acciones: ni en cuanto a los temas abordados, ni en cuanto a la trascendencia de la historia; y menos aún -ya lo he destacado- por lo que hace al desarrollo dramático, o las formas visuales de la representación.
De este modo, lo que el/a espectador(a) se encuentra, al cabo, es una representación, a través de los diálogos, de lo que pretenden ser las vicisitudes psíquicas y las contradicciones morales de esos "hombres (y mujeres) del Oeste". Es decir, de nuevo (como en tantas otras ocasiones en la estética cinematográfica norteamericana más convencional -y también esto empieza a parecer otra marca de estilo de las producciones televisivas de HBO), se intenta dotar de profundidad psicológica a los personajes de la trama: aquí, a través de la explicitación de trazos relevantes de sus pensamientos, en monólogos y diálogos. Todo ello, por supuesto, a costa de cualquier profundización en las condiciones sociales: de la propia comunidad que pretendidamente se está describiendo. (Mucho menos, por supuesto, del resto del entorno en el que la trama tiene lugar: la explotación de los inmigrantes, el exterminio de los indígenas, el esclavismo, el acaparamiento de tierras a manos de los terratenientes, la expansión del gran capital, fenómenos todos ellos esenciales para explicar el desarrollo y las características del capitalismo y del estado estadounidenses, aparecen aquí como un trasfondo apenas entrevisto de aquello que centra la narración: las pequeñas historias, de supervivencia y de fracaso, de unos pocos individuos atrapados en una ciudad naciente.)
Por todo ello (y aunque, como siempre, la serie se ve con agrado), uno no puede dejar de albergar la sensación de haber contemplado una narración (estéticamente) "antigua": una suerte de film d'art modernizado, en el que se pretende que lo sublime (lo revelador) nazca de las palabras. Cuando, en realidad, las palabras que se ponen en boca de los actores obedecen, antes que nada, a una forma teatral un tanto desfasada de presentación de personajes: ya en el medio teatral (donde, a pesar de que la presencia física del actor y de su voz aumentan siempre la potencia dramática de los diálogos, la técnica de llevar a cabo una constante exposición verbal, durante horas y horas, como forma de describir a los personajes parece decididamente pobre); y más, desde luego, cuando la representación es, como en este caso, a través de medios audiovisuales. Y que todo ello (diálogos, escenas dialogadas, retórica de la miseria) no permite (peor: finge permitirnos, pero no lo hace en realidad) que accedamos a lo que podría resultar verdaderamente interesante: el ambiente social de la comunidad naciente. Ambiente que, de hecho, aparece entrevisto casi tan sólo a través de la evocación de tópicos, insuficientemente tratados.