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martes, 29 de enero de 2013

"Un prophète", de Jacques Audiard


Parece probable que Jacques Audiard sea incapaz de dirigir una película de género "normal". Pues, en efecto, en sus películas la energía visual que transmiten los (notables) movimientos de la cámara está siempre vinculada a un "algo más" que la narración nos está mostrando: algo más que lo que la trama de la historia (más o menos convencional) podría dar a entender.

Esto ocurre también en Un prophéte: una historia a caballo entre dos subgéneros del género criminal (el de bandas criminales y el carcelario) es llevada un paso más allá a través de esa particular utilización de la composición visual de los planos y de los movimientos de cámara por parte de Audiard. Y no se trata, no, tan sólo de "energía": no se trata, pues, tan sólo del particular vigor que -digamos- un John Woo o un Michael Mann vienen aportando al cine criminal desde el punto de vista visual. Por el contrario, en las películas de Audiard las formas visuales siempre proporcionan al/a espectador(a) un punto de vista adicional, acerca de la historia y de los personajes.

Así, en Un prophète no vemos tan sólo -aunque también- a un delincuente de poca monta aprendiendo a sobrevivir en prisión y aprovechando dicho duro aprendizaje para ascender en la escala social de la criminalidad. Además, contemplamos un drama acerca de la identidad. Puesto que las cuestiones de identidad cercan constantemente a Malik El Djebena (Tahar Rahim), el protagonista: ¿corso o moro? Es ésta una pregunta que planea de forma permanente sobre la asendereada vida de Malik. De manera que la cuestión del racismo aparece, de este modo, como algo más que como un problema moral y político: aparece como una verdadera cuestión existencial, para el protagonista.

Y es en el seno de dicho drama acerca de la identidad, y de la supervivencia cuando la identidad y el apoyo por parte del grupo son puestas en cuestión, donde cobran sentido los planos "fantásticos" de la película: todas aquellas ocasiones en las que la visión de Malik se evade de la tensa realidad en la que vive, para afrontar espectros del pasado (su primera víctima) y otras fantasías. Porque Malik (y me parece que es ésta la enseñanza más notable de la película de Audiard, que la separa del grueso del género criminal, tan codificado también en el plano dramático) se niega en todo momento a ser tan sólo la encarnación de un rol social: un moro, un corso, un gangster,... Al contrario, sigue siendo siempre, ante nuestros ojos, un individuo, que mantiene vivas sus emociones: que se emociona al tener en brazos al hijo de su amigo, o al meter los pies en el mar.

De manera que lo que, al fin, Audiard nos ha narrado es un drama: sobre la tensión entre los roles sociales que nos son asignados y nuestra capacidad (relativa) y nuestra voluntad (necesaria) para trascenderlos.


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