Acabo de leer esta gran novela clásica de la tradición de las Bildungsromane decimonónicas. Aun cuando tanto las temática (grandes amores, relaciones entre las clases sociales, miseria y ascenso social, etc.) como los tópicos literarios (la naturaleza como reflejo de los sentimientos de los personajes, el deux ex machina narrativo que pone en relación todas sus piezas, la introspección de la protagonista, el final feliz, etc.) resultarán conocidos para cualquier lector(a) avezad@ de la literatura (y, en particular, de la literatura británica) de la época, lo cierto es que algo llamó poderosamente mi atención, individualizando esta obra frente a otras semejantes.
Llamó mi atención, en concreto, el tema que subyace a toda la narración, cual es el de la posibilidad o imposibilidad de compatibilizar deseo y orden (social). En efecto, toda la novela está atravesada por el conflicto entre lo uno y lo otro: Rochester y su mujer no blanca (sin duda, en la mentalidad fuertemente racista de la época, el dato es decisivo), incapaz de controlar sus deseos (y, por ello, "loca"); y que, debido a dicha incapacidad, conduce a su marido a la mayor de las desgracias, la pérdida de su lugar "apropiado" en la sociedad, que ocasiona la degradación.
Frente a ello, está el otro personaje masculino principal, Saint John, que parece representar el polo opuesto: la negación y supresión de todo deseo, el pleno predominio de la racionalidad (instrumental). Un predominio que se presenta en la novela de modo ambivalente. Admirable, en cierto sentido, cuando se coloca al servicio de fines "nobles" (como se supone que lo es la finalidad misionera -¿poner bajo control, de los "civilizados", los "pervertidos" deseos propios de las culturas no blancas?). Pero también digno de temor y de repugnancia, a causa de su frialdad, de su disposición a utilizar al prójimo como mero instrumento de fines trascendentes.
Entre ambos extremos, Jane Eyre, la protagonista de la novela, es un personaje que intenta preservar una posición de equilibrio: que busca la satisfacción emocional y de sus deseos, pero que respeta las reglas morales (vale decir: sociales), sometiéndose a las mismas (y sacrificando sus deseos) cuando ello sea menester.
La solución del dilema y del conflicto se presenta en la novela a través del sentimiento institucionalizado en el matrimonio ("por amor"). Según esto, la institución, correctamente empleada, permitiría equilibrar deseo y orden.
Por supuesto, se trata de una solución más ideológica que real. (Por no extenderme: se prescinde de cualquier suerte de desigualdad -de género, de clase, cultural-, porque se da por supuesto que sólo se trata de resolver los conflictos y dilemas de las "personas de dignidad", y no de las "zafias y vulgares" -expresión que sobreabunda en la novela para describir a las clases bajas.)
En todo caso, es llamativo cómo, en la visión de Charlotte Brontë, el "amor" (concebido, sin embargo, en su vertiente emocional, al modo romántico) puede -correctamente encauzado- constituir una solución al problema de la sujeción del deseo individual y de la preservación del orden social. Y lo es, entre otras cosas, porque se contrapone de forma palmaria a la visión (mucho más cruda -y, por ello, potencialmente subversiva) de su hermana, Emily Brontë, cuando, en Wuthering Heights, presentaba la pasión como una fuerza esencialmente destructiva (por más que fascinadora).
En último extremo, se trata de un dilema (entre la pasión como instrumento de orden y la pasión como amenaza para el mismo) que atenazó a toda la tradición romántica, tanto a la literaria como a la filosófica. Y que, por ello, es interesante considerar en sus plasmaciones más prístinas.