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jueves, 13 de septiembre de 2012

The Sopranos (David Chase, 1999-2007)


Son muchas las interpretaciones a que ha dado lugar esta excelente serie televisiva. Alargada durante seis temporadas, ambientada en el ambiente de la mafia de New Jersey y siguiendo principalmente las vicisitudes vitales de Tony Soprano y de sus dos familias (de la legal y de la ilegal -la banda mafiosa), la particularidad de la serie estriba en mostrarnos a unos personajes (vistos tradicionalmente en la literatura y en el cine como seres excepcionales) que soportan las mismas o semejantes inquietudes, problemas y miserias que cada uno de nosotr@s ha de arrostrar cotidianamente. La narración deviene, así, necesariamente tragicómica: nada es to talmente oscuro, aunque tampoco por completo ridículo, menos aún risueño. De la tragedia à la Shakespeare de The Godfather o de la hybris fatal de los mafiosos de Martin Scorsese pasamos aquí a seres humanos comunes, menores, próximos.

Sobre la base de este planteamiento narrativo, han proliferado, como decía, las interpretaciones que pretenden hacer de The Sopranos un producto mucho más ambicioso intelectualmente de lo usual en el medio televisivo. Así, abundan las interpretaciones filosóficas: versaría, de este modo, la serie sobre el sentido de la vida, acerca de las exigencias de la ética o del silencio de dios... Y las interpretaciones que la convierten en una sátira de la vida familiar. Como también las interpretaciones estéticas, que la ven como una parodia del cine criminal (subgénero: mafia), como una subversión de sus tópicos temáticos y de sus estilemas formales.

Todo ello puede, sin duda alguna, ser buscado y hallado en los numerosos episodios de la serie, dada su versatilidad y riqueza. No obstante, si es preciso proponer una interpretación global de su narración (y acaso sea una desmesura el intentarlo -al fin y al cabo, la dinámica propia de la industria audiovisual impide casi por principio que exista un planteamiento uniformemente mantenido, sin modificaciones, en un programa que se emita durante seis años seguidos), que sobresalga cuando se ven todos y cada uno de sus capítulos, yo sugeriría la siguiente: The Sopranos aparece -intencionadamente o no- como la más espléndida sátira que imaginar se pueda acerca del sinsentido de los planteamientos existenciales del homo occidentalis.

En efecto, cómo no reconocer, en las vicisitudes vividas por Tony Soprano (magnífico James Gandolfini), así como por sus compinches, parientes y enemigos, una encarnación extremada, hasta el ridículo, de la insostenible posición vital y moral de la ciudadanía occidental contemporánea más común: persiguiendo sin descanso ni escrúpulo el "éxito", pero cuestionándose constantemente la bondad de lo que logra y si los medios que ha empleado para obtenerlo no le han cambiado; preocupándose por sus emociones, a veces también por las de sus congéneres, intentando "sentir del modo correcto", pero dejándose arrastrar al tiempo por deseos que no es capaz de confesarse ni de aceptar; conviviendo con la crueldad, pero intentando negarlo ante sí mismo y ante los demás. Y, en general, aceptando (con más o menos quejas, pero casi siempre sin ningún esfuerzo serio para eludirla) la condición de pececillo en una jaula -el sistema social- cuyas sólidas paredes de cristal no son nunca cuestionadas. Y obteniendo, al cabo, algunos placeres, muchas decepciones y la participación en una persecución fantasmática, inagotable y necesariamente fracasada de (eso que se ha dado en llamar) la "felicidad". Tan sólo el recurso constante a una violencia explícita separa a los Soprano del resto de nosotr@s, que casi siempre somos capaces de eludir las consecuencias morales y crueles de nuestras decisiones.

Se ha observado en muchas ocasiones, con acierto, que la delincuencia organizada no es, en realidad, sino una forma más de empresa capitalista que navega en las (ilegales) aguas del mercado (no libre, sino monopolista). The Sopranos viene a mostrarnos esa equivalencia en sus consecuencias más íntimas: no es sólo que los mafiosos actúen bajo los mismos principios que los empresarios (y los empresarios como mafiosos -a veces, literalmente); es que, además, sus representaciones de la realidad (que, no lo olvidemos, son hegemónicas y, por ello, generalmente compartidas, al menos en sus aspectos básicos) son similares.

Ausencia de cuestionamiento del sistema social en el que se opera, aprovechamiento amoral de todos las oportunidades (de enriquecimiento, de poder) que proporciona, encubrimiento de las villanías cometidas so capa de una blanda emocionalidad y angustia permanente, a la búsqueda de un "sentido trascendente" de la existencia, que debería ayudar a enterrar por completo la inmundicia -moral y estética- de la vida cotidiana. Tales son los materiales (de derribo) con los que está conformada nuestra cultura cotidiana. Y The Sopranos viene a ponerlo, de manera cruel, pero necesaria, ante nuestros ojos.




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