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domingo, 1 de julio de 2012

Delirio y horror


"Lo que sin fundamento real, como si se estuviera poseído por ideas fijas, más se teme, tiene la impertinente tendencia a convertirse en hecho. La pregunta que no se quisiera escuchar a ningún precio es la que formulará el subalterno con un interés pérfidamente amable; la persona de quien más recelosamente se desea mantener alejada a la mujer amada será precisamente la que invite a ésta, aunque se halla a mil leguas, por recomendaciones bienintencionadas y la que creará este tipo de relaciones donde acecha el peligro. Está por saber hasta qué punto se fomentan tares terrores; si en el primer caso poniendo aquella pregunta en la boca del malicioso con nuestro celoso silencio o en el segundo provocando el fatal contacto al pedirle al mediador, con una confianza neciamente destructiva, que no se le ocurra hacer nada. La psicología sabe que quien se figura la desgracia, de algún modo la desea. ¿Pero por qué le sale tan inevitablemente al encuentro? (...)


(...) Algo hay en la fantasía paranoide que corresponde a la realidad que ella tuerce. El sadismo latente de todos adivina infaliblemente la debilidad latente de todos. Y el delirio de persecución se contagia: siempre que aparece, los espectadores se sienten irresistiblemente impulsados a imitarlo. Ello ocurre con más facilidad cuando se le da una razón haciendo aquello que el otro teme. «Un loco siempre hace ciento» -la abismática soledad del delirio tiene una tenencia a la colectivización, en la que el cuadro delirante se reproduce. Este mecanismo pático armoniza con el mecanismo social hoy determinante. Los individuos socializados en su desesperado aislamiento tienen hambre de convivencia y se apiñan en frías aglomeraciones. De ese modo la locura se hace epidémica: las sectas extrañas crecen al mismo ritmo que las grandes organizaciones. Es el de la destrucción total. El cumplimiento de las fantasías de persecución proviene de su afinidad con el carácter criminal. La violencia basada en la civilización significa la persecución de todos por todos, y el que padece delirio de persecución se pone en desventaja al atribuir al prójimo algo dispuesto por la totalidad en el desesperado intento de hacer la inconmensurabilidad conmensurable. Se consume porque quiere apresar de forma inmediata, con sus propias manos, el delirio objetivo, del que él es trasunto, cuando el absurdo reside precisamente en la pura mediación. Él es la víctima elegida para la perpetuación de la ofuscación hecha sistema. Aun la peor y más absurda imaginación de efectos, la más salvaje proyección, implica el esfuerzo inconsciente de la conciencia por conocer la mortal ley en virtud de la cual la sociedad perpetúa su vida. La aberración no es sino un cortocircuito en la adaptación: la locura patente de uno ve equivocadamente en el otro la cierta locura de la totalidad, y el paranoico es la imagen irrisoria de la vida justa al querer por su propia iniciativa imitar la vida falsa. Pero así como en un cortocircuito saltan chispas, un delirio se comunica, al modo de los relámpagos, con otro en la verdad. Los puntos de comunicación son las brutales confirmaciones de los delirios de persecución, que convencen al que los padece de que tiene razón para hundirlo tanto más profundamente. La superficie de la existencia vuelve en seguida a cicatrizar y le demuestra que ésta no es tan mala, y que él está loco. Subjetivamente anticipa la situación en que, súbitamente, la locura objetiva y la impotencia del individuo, se vuelven convertibles, del mismo modo que el fascismo, en cuanto dictadura de los afectados de manía persecutoria, confirma todos los temores de persecución de sus víctimas. Decidir, por tanto, si un recelo extremado es paranoico o tiene una base real -el eco personalizado de los gritos de la historia- es algo que sólo podrá hacerse más adelante. La psicología no alcanza al horror."

Theodor W. Adorno, Minima Moralia, §103


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