¿Otra novela rusa más sobre el fenómeno del "terrorismo"? La mayor particularidad de Kon' Blednyj (título extraído de un texto del Apocalipsis) y de Boris Savinkov es el hecho de que el autor fue, a su vez, uno de esos terroristas: aunque de trayectoria tortuosa, siempre dentro de los ambientes de la oposición al zarismo, Savinkov actuó, efectivamente, como partícipe de las acciones armadas del Partido Social Revolucionario.
En este sentido, Kon' Blednyj destaca por su carencia de cualquier esfuerzo de hacer balance de su etapa en la lucha armada, tan frecuente entre quienes toman la pluma después de la espada (comprensible humanamente, aunque casi siempre con resultados lamentables, tanto desde el punto de vista literario como desde el político). No, Salvinkov no pretende justificarse ni -menos aún- disculparse. Antes al contrario, el protagonista de su novela (ese George, ambiguo trasunto -¿lo es en realidad?- del autor) no tiene nada de qué arrepentirse, tan sólo intenta, en esta obra escrita en primera persona, que l@s lector@s compartamos sus emociones y pensamientos más íntimos, durante el período en el que fue miembro de un comando armado, encargado de asesinar al Gobernador General de Moscú.
Poca acción hallaremos, por ello, en la narración. Más bien un constante monólogo, una suerte de diario transcrito, en el que George va dando rienda suelta a sus emociones, inquietudes y pensamientos. Rara vez consistentes, desde el punto de vista racional, mas notablemente coherentes, si se ven en términos psicológicos (de personalidad).
Las emociones, las inquietudes, los pensamientos expresados se vertebran alrededor de tres ejes: a) ¿lograremos concluir con éxito nuestra misión, o fracasaremos?; b) amo a Yelena, pero mi amor es imposible; b) yo, a diferencia de mis compañer@s, actúa por amor a la violencia, antes que por alguna idea política.
El resultado de la articulación narrativa e ideológica de estos tres ejes acaba por presentarnos un retrato hondamente nihilista del actor armado: alguien que, efectivamente, ama sobre todo a la violencia como fin (destructivo) en sí mismo, que le permite dejar su huella sobre la realidad y, así, sentir y sentirse. Antes, pues, que cualquier política, está, para este terrorista, la emoción de la violencia misma.
De esta manera, la novela acaba cuando George traspasa todos los límites que la violencia política "buena", "razonable", admite: mata por deseo personal (al marido de su amante) y rechaza, en cambio, un homicidio que le pide que realice su partido, después del éxito obtenido en la comisión del anterior. Asumiendo que con dichas transgresiones se ha apartado por completo de la sociedad, su alternativa será el suicidio.
La tesis, pues, de la narración es transparente: al menos para un cierto tipo de individuo vinculado a las acciones armadas, el sentido de las mismas está en la violencia misma. Y, por ello, sólo el control desde fuera (desde arriba) evitará que su comportamiento quede fuera de control. Política y armas, pues, se compadecen mal, en el seno de las mismas mentes.
Nos hallamos, por lo tanto, ante una versión psicologista de la teoría sobre los riesgos políticos de la independencia del poder militar. Pero, en tanto que psicologista, nos ilumina (sobre ciertas mentes) tanto como nos confunde. Pues, de hecho, ni la acción militar ni la acción de los grupos armados irregulares puede ser explicada solamente con Psicología. De nuevo (como en tantas otras obras artísticas sobre el tema de la lucha armada que ya he comentado), se echa de menos la política.
En este sentido, Kon' Blednyj destaca por su carencia de cualquier esfuerzo de hacer balance de su etapa en la lucha armada, tan frecuente entre quienes toman la pluma después de la espada (comprensible humanamente, aunque casi siempre con resultados lamentables, tanto desde el punto de vista literario como desde el político). No, Salvinkov no pretende justificarse ni -menos aún- disculparse. Antes al contrario, el protagonista de su novela (ese George, ambiguo trasunto -¿lo es en realidad?- del autor) no tiene nada de qué arrepentirse, tan sólo intenta, en esta obra escrita en primera persona, que l@s lector@s compartamos sus emociones y pensamientos más íntimos, durante el período en el que fue miembro de un comando armado, encargado de asesinar al Gobernador General de Moscú.
Poca acción hallaremos, por ello, en la narración. Más bien un constante monólogo, una suerte de diario transcrito, en el que George va dando rienda suelta a sus emociones, inquietudes y pensamientos. Rara vez consistentes, desde el punto de vista racional, mas notablemente coherentes, si se ven en términos psicológicos (de personalidad).
Las emociones, las inquietudes, los pensamientos expresados se vertebran alrededor de tres ejes: a) ¿lograremos concluir con éxito nuestra misión, o fracasaremos?; b) amo a Yelena, pero mi amor es imposible; b) yo, a diferencia de mis compañer@s, actúa por amor a la violencia, antes que por alguna idea política.
El resultado de la articulación narrativa e ideológica de estos tres ejes acaba por presentarnos un retrato hondamente nihilista del actor armado: alguien que, efectivamente, ama sobre todo a la violencia como fin (destructivo) en sí mismo, que le permite dejar su huella sobre la realidad y, así, sentir y sentirse. Antes, pues, que cualquier política, está, para este terrorista, la emoción de la violencia misma.
De esta manera, la novela acaba cuando George traspasa todos los límites que la violencia política "buena", "razonable", admite: mata por deseo personal (al marido de su amante) y rechaza, en cambio, un homicidio que le pide que realice su partido, después del éxito obtenido en la comisión del anterior. Asumiendo que con dichas transgresiones se ha apartado por completo de la sociedad, su alternativa será el suicidio.
La tesis, pues, de la narración es transparente: al menos para un cierto tipo de individuo vinculado a las acciones armadas, el sentido de las mismas está en la violencia misma. Y, por ello, sólo el control desde fuera (desde arriba) evitará que su comportamiento quede fuera de control. Política y armas, pues, se compadecen mal, en el seno de las mismas mentes.
Nos hallamos, por lo tanto, ante una versión psicologista de la teoría sobre los riesgos políticos de la independencia del poder militar. Pero, en tanto que psicologista, nos ilumina (sobre ciertas mentes) tanto como nos confunde. Pues, de hecho, ni la acción militar ni la acción de los grupos armados irregulares puede ser explicada solamente con Psicología. De nuevo (como en tantas otras obras artísticas sobre el tema de la lucha armada que ya he comentado), se echa de menos la política.