La política, y también la guerra (que, al fin y al cabo, no es -como señalaba Clausewitz- más que una forma de hacer política), son siempre formas de acción de grupos organizados que aspiran a incidir sobre el modo en el que la sociedad es gobernada desde el sistema político. Pero, claro está, aun en el mejor de los casos, aquél en el que la gobernanza de la sociedad es más eficaz, el grado de control que el sistema político posee sobre los outputs producidos por la sociedad (concebida como sistema) es siempre extremadamente limitado: su mayor parte quedan bastante fuera de su control, en gran medida.
Seven thunders es, en este sentido, una obra ejemplar para enfrentarse a esta problemática dinámica entre política y sociedad. Y, precisamente por ello, resulta ser una película (brillantemente) anómala. En efecto, estamos habituados a ver decenas, centenares de películas del género bélico, o ambientadas en tiempos de guerra. Y estamos acostumbrados también a que las mismas transcurran en un marco cognitivo y emocional en el que lo verdaderamente relevante en la narración es aquello que ocurre alrededor de la acción bélica (y, en última instancia, por consiguiente, alrededor de los objetivos, políticos, de dicha acción): en tales películas podemos ver a líderes políticos, a mandos militares, a soldados de a pie, a civiles participando, de uno u otro modo, en el conflicto,... De cualquier forma, la narración se concentra siempre en el tema del conflicto, y de sus efectos, sobre la trama y sobre los personajes. (Aun si estos son ajenos al conflicto, aparecen, en la obra, fundamentalmente para poner de manifiesto sus efectos: piénsese, por ejemplo, en La grande guerra, de Mario Monicelli.)
Pero, ¿qué ocurre si la guerra no es más que un mal adicional, otro, en un medio en el que la pobreza y la marginación constituyen el pan nuestro de cada día? ¿Cómo ha de afectar la guerra a un lumpen que sigue viviendo como siempre ha vivido, y para el que las acciones militares, los bandos, son sólo vicisitudes externas, que vienen a interferir en su vida social, de supervivencia y de intensa interacción comunitaria, mas sin cambiarla por completo?
Ocurre que, como en Seven thunders, la narración se balanceará constantemente entre actos bélicos, actos criminales (estamos entre el lumpen, al fin y al cabo) y actos perfectamente cotidianos. Y que ninguno tendrá, pese a todo, más importancia que los demás, para las vidas de aquellas gentes: gentes siempre abandonadas por los poderes, y a las que los avatares de la política (y de la guerra, por ende) nada importan, en realidad. Aun cuando, a veces, acaben por afectarles (casi siempre para mal, aunque no siempre...).
Todo ello, servido por una realización que presenta una gran ambientación de lo que pretende ser el barrio viejo de Marseille, con sus rincones, recovecos, cuestas, suciedad, algarabía y vivacidad. De manera que, al final, es este barrio, son sus gentes, los verdaderos protagonistas de la película, más allá de la desvaída historia de amor y del trasfondo clásicamente bélico, prácticamente irrelevante.