Acostumbrados como estamos a contemplar la realidad con las anteojeras del poder. Observamos el espacio y vemos carreteras y destinos, barrios "buenos" y "malos", signos de prohibición y de mandato, fronteras y barreras,... Vemos a individuos y lo que en realidad vemos son blancos y negros, mujeres y varones, ricos y pobres, peligrosos y respetables,...
Parecemos, en efecto, incapaces de trascender las marcas que (nos) han sido impuestas. Tal es el sino, en general, de quien camina por las ciudades. Opino, empero (sin pretender en absoluto resultar original -no hago sino seguir la senda trazada por Baudelaire y Walter Benjamin...) que es posible, y necesario, esforzarse en lograr dicha trascendencia: en penetrar en la vida interna de la ciudad, de sus gentes. En detectar los intersticios, todo aquello que, a pesar de sus esfuerzos, los poderes sociales, son impotentes -aún, al menos- para mantener bajo control, gobernado: espacios de desorden, comportamientos anárquicos, gentes indeseables, etc.
Reivindico, pues, la tarea de un flâneur de arrabales, de un explorador del caos urbano. Porque ya sólo en dicho caos se puede hallar algún resto de verdad (aún no dominada).
(Camino por los Quartiere Spagnoli, en Napoli: el vulgo, con todo
su ruido, su furor, su suciedad, su violencia, su belleza, su vigor...
Indomeñable (aun si dominado). A diferencia de otros lugares, en los que el exceso
de violencia o de miseria nublan completamente el panorama que el espectador externo puede contemplar, aquí, es posible
apreciar al vulgo en toda su magnificencia.) La incultura, la brutalidad son las mismas. Pero están menos gobernadas. Autentica diversidad, pues (mas
allá de hermosas palabras).
Pero no se trata de aplicar una mirada turística: superficial, en el mejor de los casos; o, en el peor, arbitrariamente orientalista. No: es preciso explorar también el propio espacio. Porque también en tu ciudad, y en mi ciudad, existen intersticios, resistencias, derivas y abandonos. También es posible, con esfuerzo, detectar una ciudad más allá (o más acá) del poder. Que no es, desde luego, la de la política activa (menos aún la de las instituciones), tampoco la de los movimientos sociales: en todos estos casos, y por definición, siempre existe el necesario empleo de los códigos (de los medios de comunicación simbólicamente generalizados -por emplear la certera expresión de Niklas Luhmann) del sistema social, ya que de acceder al mismo, y de actuar -comunicarse- en su seno, va el curso de acción elegido.
Hay que buscar, pues, en ese "mundo de la vida" (Jürgen Habermas): transido necesariamente de poder (Michel Foucault), pero nunca dominado por completo. Dejarlo aflorar. Y, sobre todo, acogerlo, cuando ello ocurre. Cuando menos, como observador@s. (Participar en ello es otro cantar, difícilmente a nuestro alcance, y acaso indeseable.) Para limpiar nuestra mirada, para alzar la vista, para extender nuestro campo visual. Para comprender, para tener en cuenta, para aceptar.
Camino, por ello, por los suburbios y otros lugares insospechados de mi ciudad. Observo edificios, baches, basureros, carteles, ruinas. Gentes, ruidos, movimientos, olores. Gestos, palabras, gritos, cantos.
Busco, hallo, me inquieto: tales son los premios obtenidos, algunas veces. No hay más, no lo quiero.
Busco, hallo, me inquieto: tales son los premios obtenidos, algunas veces. No hay más, no lo quiero.