El western es un género cinematográfico muy interesante desde muchos puntos de vista: desde el punto de vista ideológico y narrativo, desde luego, aunque no sólo. En este sentido, Anthony Mann es conocido por haber exasperado la complejidad psicológica de sus protagonistas (en particular, en la serie de películas que hizo en los años 50, varias de ellas con James Stewart como actor protagonista). The Furies podría ser vista como una de ellas.
Sin embargo, es lo cierto que, desde esta perspectiva, no es uno de sus westerns más redondos, ya que la historia, que promete dureza, drama y horror (y en alguna medida los proporciona), acaba por reblandecerse, a través de una mirífica apelación al sentimiento familiar y paterno-filial, que apenas casa con la historia narrada. (Por lo demás, ello va unido a -y relacionado con- una interpretación bastante sobreactuada de Walter Huston en uno de los papeles protagonistas.)
Yo, sin embargo, he podido disfrutar, y mucho, de la película, desde otra perspectiva, la puramente sensorial, estética. Pues, en efecto, tal vez sea Anthony Mann también quien, junto con John Ford, mejor ha compuesto sus planos para representar el paisaje -mítico- del Oeste: no sólo el paisaje natural, sino también a ese ser humano -también mítico- que se constituía en la aventura de la pradera. Y, en este sentido, la fotografía de The furies resulta ser, simplemente, espectacular. El empleo de la profundidad de campo, la inclinación de los planos, la matizada iluminación (en blanco y negro), trasmiten sensaciones (...que incluso la historia narrada desmiente -he ahí su insuficiencia). Siempre con un tono (ligeramente) expresionista, que Ford había ido abandonando, pero que Mann retomó como figura de estilo constante en sus westerns.
Dejo algunas muestras de dicha maestría.
