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martes, 23 de agosto de 2011

Manuel Delgado: El espacio público como ideología


Plantea en este libro (Los Libros de la Catarata, Madrid, 2011) Manuel Delgado un análisis de las funciones que el concepto de espacio público cumple en las dinámicas del poder social. Y, en particular, realiza una crítica de la ideología del espacio público, en tanto que mixtura ideológica de descripciones fácticas (del espacio físico urbano) y de valoraciones morales y políticas (de qué tipo de comportamientos resultan aceptables en dicho espacio urbano) que está sirviendo como instrumento de justificación de políticas públicas (urbanísticas, asistenciales, de seguridad, etc.) que conllevan discriminación y dominación de determinados grupos sociales: inmigrantes, prostitutas, mendigos, pobres, lumpen,...

Critica también -en mi opinión, acertadamente- la ideología "ciudadanista", conectada con la versión hegemónica de los discursos acerca del espacio público, a tenor de la cual en el marco del mismo no habría sino individuos, abocados a comportarse conforme a pautas uniformes de conducta ("cívica") que garantizarían su inclusión. Indica cómo, en efecto, tal ideología elude las cuestiones de desigualdad que, sin duda alguna, están siempre presentes en las interacciones en el espacio público: pensemos, si no, tan sólo en cuestiones como las del tratamiento de la mendicidad, la prostitución y la venta callejera, las manifestaciones no autorizadas, las fiestas y celebraciones públicas, etc. En todos estos casos, es evidente, frente a la visión homogeneizadora que la ideología "ciudadanista" proclama, que en la reacción social (vale decir: de los poderes sociales) y estatal a dichos fenómenos están hondamente implicadas cuestiones de clase, de etnia, de género, de posición política,...

Si, ahora, intento elaborar una visión crítica acerca de los contenidos del trabajo que comento, exclusivamente a los efectos que resultan relevantes para mis propias investigaciones, creo que conviene distinguir entre la faceta teórica y la faceta práctica del análisis de Delgado. Así, en el primer aspecto, el teórico, me parece difícil hacer ninguna objeción de relieve por lo que se refiere a las conclusiones: creo que resulta indudable que los discursos acerca del "espacio público" constituyen un instrumento de acción, que no obeceden simplemente a ninguna suerte de descripción científica, ni siquiera exclusivamente técnica, sino que tienen que ver con la construcción de ideologías y con la justificación de programas políticos. Y creo que también resulta claro que la ideología "ciudadanista" es un instrumento ideológico en sentido propio; esto es, deformador de la realidad de la interacción social en el espacio público, con funciones manipuladoras. Una de las peores versiones, pues, de los discursos acerca del espacio público.

(Si acaso, en este plano puramente teórico, yo reprocharía al análisis de Manuel Delgado cierto simplismo metodológico. disculpable en parte por la brevedad del libro: me parece difícil aceptar sin mayor matización un análisis funcionalista -al modo del funcionalismo sociológico de raíz marxista- tan burdo y tan carente de fundamentación como el que se presenta en su obra. Así, estando de acuerdo, como he dicho, en las conclusiones, veo numerosas lagunas en el análisis que conduce a las mismas, que deberían ser rellenadas: con menos preconcepciones teóricas y con más investigación empírica, sobre datos y sobre discursos. Y es que no parece posible dar por supuesta cuál es la conexión causal entre actividades de elaboración de discursos y aquellas actuaciones políticas -del Estado o de grupos o movimientos sociales- a las que, objetivamente, favorece. Antes al contrario, una investigación social debe profundizar en tales conexiones, para establecerlas sin lugar a dudas.)

En todo caso, me interesa más concentrarme aquí en la faceta referida a la racionalidad práctica. En este sentido, creo que el análisis de Delgado peca igualmente de un exceso de simplificación. Y es que, contra lo que su argumentación en principio podría sugerir, no es cierto que los discursos de poder sean únicamente instrumentos al servicio de la dominación de unos grupos sociales sobre otros (clase contra clase, etnia dominante contra etnias dominadas, nacionales contra inmigrantes). Lo son, desde luego. Pero, según creo, también son algo más:

- En primer lugar, son siempre discursos interpretables; y, por ende, manipulables. No sólo por los grupos sociales dominantes, sino por cualquiera. Así, los discursos acerca del espacio público pueden -y deben- ser empleados también, en mi opinión, para reivindicar, precisamente, una forma alternativa de uso del espacio, más atenta a las exigencias de la igualdad y de los derechos de todas las personas (también, y sobre todo, de las más marginadas). (Por lo demás, también los discursos más conservadores -el "ciudadanista", el del "civismo"- han sido y son permanentemente subvertidos, por grupos sociales y por iniciativas ciudadanas: piénsese, por ejemplo, en el uso que ahora mismo el Movimiento 15-M está haciendo en España de tales discursos. Nunca son, pues, completamente unidireccionales -por más que sí notablemente escorados en un cierto sentido político.)

- Y, en segundo lugar, comparto la idea de Michel Foucault de que el poder no ha de ser visto solamente en su virtualidad limitadora, sino también en la creativa. Lo que, en el tema que aquí nos ocupa, significa, a mi entender, que las luchas por el poder sobre el uso del espacio público, que constituyen una indudable realidad, han de ser vistas como un elemento (no sólo inevitable, sino también) positivo: unas u otras estrategias y acciones empoderan, más o menos, a unos u otros agentes sociales. Abren, pues, posibilidades de acción (o las cierran).

No se trata, pues, tanto de eludir el concepto de espacio público. Antes al contrario, según creo, se trata de un concepto que, precisamente por su mixtura de ingredientes físicos y sociales, nos permite enmarcar debates muy relevantes (en el plano jurídico, pero también en el geográfico, en el político, en el urbanístico, etc.). Sino, más bien, de ser conscientes de que, como casi todos los conceptos de los discursos sociales, se trata de "conceptos esencialmente polémicos" (empleo la expresión en el sentido que la ha utilizado William E. Connolly). Y que, por lo tanto, hay que estar dispuestos a combatir en torno a los mismos (y con los mismos).


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