La peculiaridad de la oleada de antisemitismo promovida por el nacionalsocialismo alemán fue que, a diferencia de lo que ocurría en otros países europeos (señaladamente, en Europa Oriental), en Alemania, aun cuando desde luego había -como en todo Occidente, prejuicios racistas antisemitas, existía, sin embargo, un apreciable nivel de integración de buena parte de la población etiquetada como judía. Por ello, al llegar al poder los nazis e imponer su política de (inicial) segregación, se dio un caso raro de hallar en la historia de la infamia: un grupo marginado que, en contra de lo que es habitual, no había naturalizado -en mayor o menor medida- su condición "inferior", que tenía claro que su marginación obedecía, pura y llanamente, a un diktat político (que, al menos en sus inicios, fue sentido como arbitrario por una buena parte de la población alemana).
Es este el peculiar contexto en el que podía surgir una novela como Der Tod des Widersachers (La muerte del adversario, trad. C. Andreu, Minúscula, Barcelona, 2010). En ella, en efecto, se aborda el análisis de la conciencia de quien se sabe excluido, injustamente excluido, de la sociedad en la que vive, tan sólo por la voluntad (de poder) de quien decide estigmatizarle a través de su discurso excluyente, y colocarle en la posición de enemigo (y, por supuesto, gracias a la aceptación sumisa de grandes mayorías de conformistas, cobardes y/u oportunistas). Todo ello, a través de una narración abstracta, en la que los detalles históricos circunstanciales son eludidos, para concentar el discurso narrativo exactamente en la mentalidad y en las formas de interacción de los excluidos (que no han aceptado aún su exclusión).
A través del personaje de uno de esos marginados (alguien joven, que está comenzando a vivir, y que se niega por ello a someterse sin más), la novela consiste en un conjunto de catas en dicha conciencia: personificación del enemigo, curiosidad por sus motivos, miedo, deseo de acción vindicativa, mitificación, sensaciones de culpabilidad a causa de la propia impotencia, fascinación ante la capacidad de grandes masas de personas anónimas -exactamente iguales al narrador- para identificarse con el discurso excluyente de su líder, penetración en la miseria psíquica de los esbirros, papel puramente estatuario del líder (encarnación de la fuerza armada que -como apunta certeramente el narrador- en realidad no le acompaña, sino que más bien le utiliza),...
Una obra, en fin, que obliga a pensar: acerca de lo banal (si no hubiesen resultado tan horrendas sus consecuencias) del intento fascista de suprimir definitivamente la dialéctica del reconocimiento (que tan certeramente exploró Hegel) y lograr una conciencia única, solitaria, satisfecha,... pero, a pesar de los delirios habidos y por haber en torno a su fantástica posibilidad, impensable.