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miércoles, 8 de diciembre de 2010

"Loong Boonmee raleuk chat" ("Tío Boonmee recuerda sus vidas pasadas"), de Apichatpong Weerasethakul: la buena muerte


Tong (Sakda Kaewbuadee) se encuentra en una cueva, acaso la cueva en la que nació (él, o alguna de sus anteriores encarnaciones), acompañado por algunos de sus seres más queridos, así como por la presencia de los fantasmas de aquellos, ya muertos, a quienes amó. Allí, gravemente aquejado de su enfermedad renal, cercano a su final, evacua sus excrementos, queda desvanecido. En el silencio de la noche, afuera, en el bosque, algunos espectros velan su sueño: atentos, expectantes (¿anhelantes?), callados,...

La muerte que acompaña a la vida, y que resulta ser una buena culminación para la misma. La muerte que es vida. (Atención: ello no conduce necesariamente a una visión idílica: la muerte es una buena culminación de lo que ha sido la vida. Pero, por supuesto, la vida no ha sido solamente buena: ha habido también dolor, culpa, desesperación, hastío, miseria,... De ello también es la muerte culminación.)

Los occidentales tenemos la (comprensible) tentación de mitificar constantemente a otras culturas, a nuestros "bárbaros": a demonizarlas o a todo lo contrario, a convertirlas en el refugio de una mirífica edad de oro. Ello, obviamente, no deja de ser una notoria simplificación. No obstante, acaso no sea del todo erróneo buscar en aquellos loci pretendidamente paradisíacos no nuevas ideas (al cabo, y mal que les pese a todos los racistas que nos atosigan, la humanidad parece ser bastante similar, en lo bueno y en lo malo, en todas partes); pero sí nuevas representaciones. Y es sabido que nuestra limitada mente precisa de la representación (de las ideas tanto como de las percepciones) para ser capaz de asimilar novedades.

Es cierto, hoy en día no existen -acaso nunca existieron- las culturas puras: todo es mezcla, todo es hibridación. También en cine. Así, igualmente en cines como los asiáticos es posible hallar la presencia del influjo occidenta (pensemos solamente en John Woo y todo el cine de artes marciales de Hong Kong... o en Wong Kar-Wai, si se prefiere una opción más elitista). Sin embargo, sigue siendo posible, me parece, hallar representaciones menos estandarizadas (más "limpias", podríamos decir, si el término no tuviese ya hoy connotaciones tan siniestras) y, por consiguiente, tanto más penetrantes cuanto más nos alejamos de la estética hegemónica. Como, por ejemplo, en el cine de Apichatpong Weerasethakul.

(Obviamente, la reflexión anterior tiene -como todas- un momento y un lugar desde los que ha sido enunciada: occidente, 2010. Sería bien interesante conocer cuánto le sugieren -o no- las imágenes que he descrito a un(a) ciudadan@ tailandés(a)...)

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