En este libro (Paidós, Barcelona, 2009) se hace un análisis genealógico de los conceptos de "bárbaro" y de "barbarie", a partir de sus orígenes en el pensamiento griego antiguo (modificado posteriormente por el pensamiento romano y por el cristiano) y hasta los usos actuales de los mismos.
Lo más interesante -a mis efectos- es cómo se pone de manifiesto en él el hecho de que ambos conceptos constituyen, ante todo, una forma de pensar la (propia) identidad, a través de la exclusión de ciertas facetas de la multiforme realidad humana (y social). Que, por consiguiente, el concepto de barbarie es siempre uno de frontera; no hay bárbaros lejanos y desconocidos: han de estar siempre presentes, al menos como posibilidad. (Esto ha sido muy bien visto en la literatura: en el poema de Kavafis, en Il deserto dei tartari, en Waiting for the barbarians.) Aunque, desde luego, dicha frontera (que marca el límite entre la identidad -buena- y lo Otro -malo, peligroso, extraño, incontrolable) puede pasar por diferentes lugares: por la escisión nacional/ extranjero, pero también por escisiones internas en la propia comunidad política (gente de bien/ clases peligrosas, ciudadanos de orden/ subversivos,...), y aun dentro de un mismo sujeto.
El concepto de "bárbaro" rima, pues, con una visión etnocéntrica del mundo. Pero con una visión etnocéntrica que, como ocurre con el etnocentrismo occidental, a causa de su apertura a la realidad y de su racionalismo (que le impide eludir preguntas incómodas acerca del sentido, construido, de las identidades), se cuestiona necesariamente la propia identidad desde la que se habla. Obligando, por lo tanto, a construir un Otro, con el cual confrontarse, como en un espejo. (Pero, como Lewis Carroll sugirió acertadamente, en nuestro imaginario es a veces posible traspasar el espejo y, precisamente, convertirse en ese Otro...)
En todo caso, la conceptuación de la barbarie conlleva necesariamente siempre un discurso de normalización (de la comunidad -concebida como- no bárbara).