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domingo, 26 de septiembre de 2010

Tout va bien (Jean-Luc Godard/ Jean-Pierre Gorin, 1972): farsa y arte político


El otro día veía esta película, que Jean-Luc Godard Jean-Pierre Gorin realizaron justamente cuando estaban finalizando su aventura como Groupe Dziga Vertov. Contemplada hoy (y por mí), rechina, me molesta enormemente, desde el punto de vista político, su vacuidad y su verbalismo "gauchista"; su falta de respeto por la realidad y por las ideas de los demás. Nada de ello me interesa, ni creo que nunca haya tenido el menor interés, salvo como muestra de las psicopatologías del marxismo occidental..

Sin embargo, y a pesar de todo ello, conviene contemplar atentamente el cine político de los años sesenta y setenta (y esta película, en particular), porque en él se plantea, de un modo quizás nunca vuelto a igualar, el reto de hacer arte político de un modo innovador. Se trata, pues, por ello siempre de ensayos: muchos -la mayoría, tal vez- fracasados; pero el fracaso, en arte, resulta ser siempre el taller imprescindible para el triunfo.

Y es en este sentido en el que Tout va bien merece ser vista, con reflexión (estética)... al tiempo que con desprecio (político). Pues enuncia una gran pregunta formal: ¿hasta qué punto la farsa (en tanto que género formalmente constituido) puede resultar un medio idóneo para la narración política? Dejando a un lado el interés de su contenido político, lo relevante, me parece, estriba aquí en dilucidar si aquellos personajes farsescos que Godard y Gorin (en la línea de lo que ya habían intentado, dentro del Groupe Dziga Vertov, en Vladimir et Rosa) pergeñan son capaces de revelarnos (fenomenológicamente) algo en términos políticos, con independencia de que, en el caso concreto, se tratase de algo equivocado. O si, por el contrario, la construcción narrativa resulta inane a tales efectos.

En mi opinión, hay que responder positivamente a la pregunta: la farsa aparece, en efecto, como una forma narrativa útil; bien que limitadamente útil: permite desnaturalizar relaciones sociales de dominación y de explotación (como la que une al directivo "liberal" con sus empleados), volverlas visibles. Ello, de por sí, resulta ya enormemente importante para cualquier arte político que pretenda resultar relevante.

Ahora bien, la virtud de la estructura formal empleada constituye también la esencia de su limitación: la capacidad para revelar estructuras sociales sumergidas (naturalizadas ideológicamente) no se ve acompañada por ninguna aptitud para la exploración del trasfondo causal que da lugar a dicha estructura, o de los efectos sociales reales de la misma; y, menos aún, de posibles estructuras sociales (políticamente alternativas). Ello resulta patente, creo, en la notoria ineptitud de la película comentada a la hora de presentar relaciones sociales distintas a aquella que se pretende (y logra) revelar: en ese momento, todo se vuelve pueril; tanto desde el punto de vista descriptivo como desde el teórico, demasiado simplista y, por ello, políticamente irrelevante.




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