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domingo, 3 de agosto de 2014

You and me (Fritz Lang, 1938)


Hoy deseo llamar la atención sobre esta pequeña rareza, tanto dentro de la obra de Fritz Lang como en el cine norteamericano de la época. Aun careciendo, ciertamente, de mayor interés su contenido temático (adscrito netamente al subgénero de la comedia romántica, con una ambientación ligeramente gansteril, para beneficiarse tanto del prestigio del cine de gangsters tan destacable en aquel momento como el aura que el actor protagonista, George Raft, había alcanzado en dicho ámbito), destaca, sin embargo, sobremanera la originalidad de las formas cinematográficas adoptadas.

En este sentido, no es, desde luego, casualidad que en la película aparezcan dos figuras tan características como la del propio director, Lang, y la del compositor de la música, Kurt Weill. Y es que si You and me destaca sobre el grueso de las comedias románticas de la época, ello obedece a su extraña mixtura (no del todo conseguida) entre las convenciones de dicho subgénero y las procedentes del teatro musical que Kurt Weill había venido desarrollando en Alemania. En efecto, hay notables secuencias en la película -una aparece reproducida abajo- en las que la narración se vuelve musical y tiene lugar, a través de dichas escenas musicales, un efecto de distanciamiento ciertamente muy à la Brecht: cantando (con una música significativamente alejada de las convenciones de Tin Pan Alley y de la música usual en el cine del Hollywood de la época), los personajes vienen a comentar, de modo harto irónico (otro recurso para el distanciamiento, tan brechtiano también), los dilemas a los que se enfrentan, sus sentimientos y la situación (de subalternidad: todos ellos son pequeños hampones, ex presidiarios) en la que se encuentran. Y -acaso lo más importante- la imagen muestra visualmente los contenidos de tales ensueños (comentados en las letras de las canciones).

El mensaje que finalmente se deriva, no por edulcorado (conforme a las convenciones del subgénero en el que la película finalmente se encuadra), deja de ser contundente: delinquir, del modo (tan corto en expectativas y en beneficios) en que le es dado planteárselo a un pobre, no renta, en términos puramente económicos; resulta, entonces, más racional (¿pero igual de inmoral?) alquilar la propia fuerza de trabajo a los capitalistas, en vez de intentar, vanamente, competir con ellos. Los únicos que pueden permitirse delinquir a lo grande (que es la única delincuencia económicamente rentable, y racional) son "los políticos" (¡sic!). La ética, entonces, nada parece tener que hacer en esta aspecto, cuando de convivir con el capitalismo se trata.

Una pequeña joya, pues, más, harto desconocida, de la inagotable mina del cine clásico, que merece la pena rescatar.




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