Looper aparenta ser una película más de ciencia-ficción. Y, de hecho, casi lo es. En efecto, la mayor parte de la película se dedica a la construcción (a través de la narración) de un universo completo, en el que las leyes sociales y las normas (sociales, morales y jurídicas) que rigen en nuestro mundo han sido ligeramente alteradas, para introducir la extrañeza. Aquí (como en tantas películas fantásticas recientes), el juego entre pasado y presente, realidad e imaginación, etc., constituyen las bases sobre las que se articula la narración.
Hasta este punto, nada particularmente original ni llamativo, en realidad, para cualquier conocedor del género. Lo que, no obstante, vuelve digna de atención la película es (lo destaca de forma certera Beatriz Martínez en su crítica, aparecida en el nº 427 -noviembre 2012- de Dirigido Por...) la capacidad del guionista y director -el mismo Rian Johnson- para introducir en este contexto puramente fantástico la cotidianidad. O, tal vez, para introducir lo fantástico en la cotidianidad misma.
Y es que en la última parte de la película lo que aparecía hasta el momento como un juego narrativo más, en torno a la cuestionable realidad de lo real (al modo, digamos, de artificios como Inception -Christopher Nolan, 2010), se vuelve una sensible exploración de la dificultad para convivir con lo (aparentemente irracional) con lo fantástico en la vida diaria. O de cómo los grandes protagonistas de la historia también soportan los dilemas de lo cotidiano.
Así, la historia del niño destinado a ser el grandioso (y siniestro) líder de un nuevo sistema político opresivo en el futuro, que a duras penas soporta sus particulares poderes y potencialidades, gracias al apoyo de su madre, pero también del looper, del asesino que halla en tal disfuncional familia un albergue para su desesperación, pasa de lo meramente (e infundadamente) fantástico, a tratar acerca de la condición y destino del ser humano. Y de la necesidad de adoptar decisiones, que vinculan, marcan y, a veces, significan sacrificarse en nombre de valores.
De este modo, la narración fantástica (y banal) que parecíamos estar contemplando se ha convertido, así, en una historia (fantástica, sí, pero también) humana. Que nos afecta, porque nos habla sobre dilemas (existenciales) que cada día (despojados, eso sí, en su superficie de su faceta más fantástica, que tiende a cuestionar nuestro entendimiento de la realidad) afrontamos. También nosotr@s, aquí y ahora.
Un ejercicio formal de cine fantástico revela, pues, alguna verdad sobre la condición humana. Y, por ello, nos hallamos ante un ejemplo noble de narración fantástica (de las que, por desgracia, no es fácil hallar muchos ejemplos, aun siendo -o, quizá, precisamente por eso- estos tiempos propicios, en el sentir del público cinematográfico, al género.