Ayer fui a ver Inception, la última película dirigida por Christopher Nolan. Mi impresión, la misma que con todas sus películas: no tiene nada que decir, pero lo dice espléndidamente.
En otras palabras, Nolan es lo que, en la terminología "cahierista" se calificaría de un artesano competente: traza guiones complejísimos y sin fisuras, domina la puesta en escena y el montaje,... Y, a diferencia de tantos directores que van de "modernetes", no quiere hacer pasar la falta de pericia por modernidad: con Nolan, a pesar de las complejidades narrativas y visuales, de sus películas, uno nunca se pierde, ni se siente mareado.
Lástima que lo que cuente sea, siempre, puro humo: aquí, un pastiche (bien aliñado, eso sí) de Solaris, eXistenZ, The Matrix, Philip K. Dick y otras tantas fuentes habituales de la ciencia ficción contemporánea. Carente de cualquier pretensión de profundidad, buscando tan sólo (¿tan sólo?) la pura diversión.
(Si hubiera que tomarse en serio el argumento (no desde luego por su discurso seudo-científico, sino por el trasfondo ideológico que evoca), entonces habría que preguntarse por qué buena parte de la ciencia ficción contemporánea está empeñada en cuestionar los límites entre lo real y lo irreal. Y por qué, adicionalmente, cada vez más se elude (y las fantasías medievalizantes de películas fantásticas como las de las series de Star Wars y The Lord of the Rings -y sus imitaciones- no pueden ser consideradas verdaderas excepciones a la afirmación) la presentación de utopías y distopías, esto es, lo social. Desde el punto de vista crítico, podría pensarse que las narraciones de ciencia ficción están infectadas del mismo virus ideológico que buena parte de los discursos hegemónicos (autoayuda, medicalización, etc.): el del gobierno del propio yo, que tan bien disecciona Eva Illouz en un libro reciente. Desde un punto de vista más positivo, podría pensarse que tiene que ver con la constación, fruto de las experiencias histórico-políticas de la segunda mitad del siglo XX (de las que somos hereder@s: antifascismo, descolonización, Estado del bienestar y su crisis, desilusiones revolucionarias, liberalización de costumbres y neoliberalismo, etc.), de que la mente humana es extremadamente maleable, y que cualquier transformación -también las sociales- pasa por ello.)
Lástima que lo que cuente sea, siempre, puro humo: aquí, un pastiche (bien aliñado, eso sí) de Solaris, eXistenZ, The Matrix, Philip K. Dick y otras tantas fuentes habituales de la ciencia ficción contemporánea. Carente de cualquier pretensión de profundidad, buscando tan sólo (¿tan sólo?) la pura diversión.
(Si hubiera que tomarse en serio el argumento (no desde luego por su discurso seudo-científico, sino por el trasfondo ideológico que evoca), entonces habría que preguntarse por qué buena parte de la ciencia ficción contemporánea está empeñada en cuestionar los límites entre lo real y lo irreal. Y por qué, adicionalmente, cada vez más se elude (y las fantasías medievalizantes de películas fantásticas como las de las series de Star Wars y The Lord of the Rings -y sus imitaciones- no pueden ser consideradas verdaderas excepciones a la afirmación) la presentación de utopías y distopías, esto es, lo social. Desde el punto de vista crítico, podría pensarse que las narraciones de ciencia ficción están infectadas del mismo virus ideológico que buena parte de los discursos hegemónicos (autoayuda, medicalización, etc.): el del gobierno del propio yo, que tan bien disecciona Eva Illouz en un libro reciente. Desde un punto de vista más positivo, podría pensarse que tiene que ver con la constación, fruto de las experiencias histórico-políticas de la segunda mitad del siglo XX (de las que somos hereder@s: antifascismo, descolonización, Estado del bienestar y su crisis, desilusiones revolucionarias, liberalización de costumbres y neoliberalismo, etc.), de que la mente humana es extremadamente maleable, y que cualquier transformación -también las sociales- pasa por ello.)
En resumen: un buen entretenimiento, pasablemente inteligente. Nada más. Y nada menos.