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viernes, 23 de marzo de 2012

"Le Havre", de Aki Kaurismäki


Estamos tan habituad@s ya a vivir en estados que son, institucionalmente (quiero decir: en sus políticas), xenófobos, que a veces nos cuesta darnos cuenta de todo lo que ello implica. Nos cuesta, en efecto, aun si lo sabemos en teoría, ser conscientes a cada paso de la tupida red de delaciones, de discriminaciones, de represiones, de tolerancia hacia la infamia, de aprovechamiento y explotación de la miseria, etc., etc., en la que las políticas xenófobas (y, muchas veces, también racistas), en contra de la "inmigración ilegal", entrampan a la ciudadanía.


Necesitamos, por ello, que alguien -el gran Aki Kaurismäki- nos narre un cuento de hadas, en el que l@s ciudadan@s no son mayoritariamente (como sí que lo somos en la realidad) ni delatores, ni colaboracionistas, ni miran hacia otro lado cuando a su lado mismo (sí: no en Somalia ni en Corea del Norte, aquí mismo) se perpetra una violación de derechos humanos, para que podamos comprender las dimensiones de nuestra indignidad.

Kaurismäki emplea, para ello, los instrumentos narrativos propios de lo que en otro lugar he calificado como "comedia apologética" (una forma de comedia que muestra los defectos de las instituciones, pero que no las pone en cuestión). Y los subvierte por completo: con su límpida puesta en escena (tanto por lo que hace a las interpretaciones de los actores como a la composición visual de los planos), nos narra una historia en la que los individuos -y su comunidad- se enfrentan a una instituciones completamente ajenas (frías, ciegas, represivas,..., inhumanas) y triunfan sobre ellas, merced al imperio de la bonhomía y de la solidaridad.

De este modo, lo que en la prototípica comedia apologética (pongamos: de Frank Capra) se presenta como un llamamiento a "humanizar" y a mejorar las instituciones, aquí, precisamente por lo irreal del trance de solidaridad narrado, viene a representar más bien la imposibilidad de tal mejora: la necesidad de destruir unas instituciones que no están al servicio de los y las de abajo, como única alternativa razonable. Porque, en otro caso, la condena es -sigue siendo- la de participar en la infamia.


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