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viernes, 3 de septiembre de 2010

Otra vuelta en torno a Woody Allen: comedia burguesa, banalidad y existencialismo



Ayer, viendo la última película de Woody Allen (You will meet a tall dark stranger: nada de particular que reseñar acerca de esta mediocre farsa de fantoches, con un argumento manido y simplón, mal interpretada -con honrosas excepciones- y mal rodada), me preguntaba: ¿tendrá razón Woody Allen, y estaremos abocados a la banalidad que sus personajes -aun en sus mejores películas- revelan? ¿Es cierto que somos un montón de fantoches sin sustancia, y que ese "cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que no significa nada" -de que hablaba Shakespeare- que es la existencia humana no resulta ser, en realidad, sino un fantástico guiñol de marionetas encarnadas (de aquellas que Valle-Inclán manejaba con maestría en sus últimas obras teatrales)?

Me resulta difícil creerlo. Y tal es, precisamente, mi mayor reproche -más allá de su clasismo- al mejor Woody Allen (al peor, al de los últimos años, hay mucho más que objetar, como ya he dicho en alguna otra ocasión): que simplifica a los personajes y a los dramas de la existencia.

En efecto, una contemplación más detenida acerca de las categorías de personajes que aborda y de los dilemas existenciales que los mismos afrontan; una contemplación que intente ir más allá de la visión estrictamente conductista (pero Woody Allen es un falso conductista, dado que siempre aporta interpretaciones: Nobuhiro Suwa, por ejemplo, sí que lo es, verdaderamente), para profundizar en las razones para actuar de los sujetos, nos conducirá, creo, necesariamente a la conclusión de que existe siempre -hasta en los peores momentos- algo más que banalidad en el comportamiento (externamente banal): hay, siempre, tragedia en el trasfondo. O, más bien, tragedias:

  • La tragedia de una existencia sin sentido y abocada a la muerte.
  • La tragedia de la dificultad para comunicarse con el otro. De la limitación de nuestras formas de interacción (podemos hablar, tocar, pegar, copular,... al otro, pero, ¿qué más?).
  • La tragedia de una sociedad estructuralmente injusta. La tragedia de los bienes posicionales (cuando uno tiene aquello a que aspiraba, pero también lo tienen los demás, entonces pierde buena parte de su valor).
  • La tragedia de un lenguaje siempre anguloso y, muchas veces, también corrupto (por la imposibilidad -social, dadas las estructuras de dominación existentes- de decir cuanto debería ser dicho).
  • La tragedia de una dinámica vital excesivamente encorsetada por los procesos de normalización, de disciplina y de control (acrecentados por los mecanismos técnicos empleados para aplicarlos)
  • La tragedia de la normalización del placer, que es canalizado hacia la poiesis, en detrimento de la praxis..

Todo ello, canalizado -como en otra ocasión he apuntado- a través de una visión extremadamente emocional de la subjetividad.

Sobre todas estas (sobre el nihilismo, sobre la injusticia, sobre la dominación), y otras muchas tragedias, vienen reflexionando l@s mejores pensador@s, al menos desde finales del siglo XIX (sobre algunas, desde siempre): Nietzsche, Wittgenstein, Heidegger, Camus, Adorno, Sartre, Foucault, Derrida, Benjamin, Deleuze,... No es éste, pues, el lugar para intentar aportar ahora nada nuevo a su análisis.

Sí, no obstante, conviene cuestionar a aquellos artistas que, como Woody Allen (y otr@s tant@s), en su labor de mostración -y escudriñamiento- fenomenológico, banalizan (ellos sí) el tema sobre el que elaboran sus obras, convirtiéndolo en una materia ridícula. Es obvio que hay otras vías: no hace falta evocar a artistas como Albert Camus o Ingmar Bergman, como Pier-Paolo Pasolini o Thomas Mann. Basta con referirse, manteniéndonos en el ámbito de la comedia, a Luis Buñuel, a Charles Chaplin, a Buster Keaton, a Jerry Lewis, a Jacques Tati (a Valle-Inclán, a Ionesco, a Flann O'Brien,...); o, actualmente, a Michel Gondry, a Matt Groening, a In the loop, a muchas de las producciones de Pixar Animation Studios, a Richard Linklater, a Jason Reitman,... Todos ellos intentan dar respuestas, cómicas, a los dilemas; no (solamente) reírse de ellos.


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