X

Formulario de contacto

Nombre

Correo electrónico *

Mensaje *

miércoles, 21 de mayo de 2025

Deseo y abuso: dos o tres cosas al respecto que un feminismos sano (no punitivista) debe tener claras



Leía el otro día este artículo de Cristina FallarásEl deseo masculino hacia la infancia permanece sin su relato, y -como tantas veces sucede- me pareció más interesante por lo que representa en relación con la forma de pensar de su autora que por aquello que cuenta y argumenta.

Fallarás cuenta cómo hizo el experimento de seguir a su hija adolescente y su amiga por las calles de Madrid. Y cómo tuvo la oportunidad de observar la gran cantidad de varones que las chistaban o se dirigían a ellas, con piropos, improperios, obscenidades y otras lindezas.

Nada particularmente novedoso, vaya, para cualquiera que salga a la calle, especialmente si es mujer y muy joven. Lo interesante, me parece, son las conclusiones que la autora extrae de este experimento: 1ª) que el deseo masculino por las adolescentes es una realidad oculta; y 2ª) que esto es un problema, pues facilita la invisibilidad de fenómenos sociales tan preocupantes -según ella- como las agresiones sexuales a menores, la difusión de la pornografía infantil o los intentos de varones adultos de "ligar" o mantener relaciones sexuales con adolescentes.

Lo llamativo, me parece, es la interesada confusión que, tanto en el relato como en la argumentación que se pretende deducir del mismo, se produce entre dos fenómenos sociales que, en realidad, son bastante diferentes: deseo y abuso.

Pues, en efecto, los varones que chistan, proponen o acosan a esas adolescentes de su experimento no son (o, al menos, no solamente) varones deseantes: son varones abusadores. Son varones que ejercen el poder que creen tener para imponer su presencia (hoy en día, por fortuna, generalmente solo verbal o gestual... salvo cuando esas mujeres jóvenes se encuentran más desamparadas) y su ansia de dominación sobre mujeres a las que -en este caso, por su edad- perciben como particularmente indefensas.

Y sí, claro que tenemos un problema en esta sociedad con los abusos sexuales a menores por parte de sujetos varones: no tanto seguramente en la calle o espacios públicos (aunque también a veces) cuanto en el seno de la familia. Pero, ¿qué tiene que ver esto con el deseo sexual? ¿De verdad a estas alturas, después de décadas de investigaciones feministas sobre la cultura de la violación, no hemos aprendido que el agresor sexual no es tanto un sujeto deseante como un sujeto ejerciendo poder, que la violencia sexual tiene mucho más que ver con subordinación y humillación que con deseo?

La cuestión, creo, no es baladí. El problema no es, no puede ser, que yo -o cualquier otro varón, o mujer- manifieste su deseo sexual por una persona adolescente. (De hecho, desde el punto de vista biológico, mientras que resulta extraño -y, por ello, muy infrecuente- el deseo sexual por niños/as más pequeños/as, el deseo hacia las personas adolescentes es muy normal: no olvidemos que lo característico de la adolescencia es la aparición de la capacidad para la reproducción y el desarrollo de la sexualidad. Que en nuestra sociedad hayamos optado culturalmente por retrasar lo primero y por intentar encerrar lo segundo en ciertos espacios sin participación de adultos no altera el hecho biológico de partida...) El problema tiene que ser que yo -o cualquier otro varón- intentemos imponer nuestro deseo a esas personas adolescentes. Lo que significa que, si en algún caso (parece improbable, es cierto, pero alguna vez ocurre) ese deseo se ve correspondido, ¿cuál sería la razón para patologizarlo o, peor, para criminalizarlo?

En fin, más allá del caso concreto, mi impresión es que nos hallamos aquí ante uno de los grandes fracasos del sector más punitivista del movimiento feminista. (Fracaso, porque siempre he pensado que el feminismo va -debe ir- de reivindicar el efectivo respeto a los derechos humanos de todas las mujeres, no de batallas de género -o, menos aún, de guerras culturales.) Fracaso doble. Primero, porque tiende a patologizar y/o a criminalizar ciertas formas de deseo, consideradas "pervertidas" (moralismo, pues) y equiparándolas a las conductas verdaderamente dañosas, que son las de abuso: aquellas en las que una de las partes impone (en el ámbito sexual o en cualquier otro) relaciones de coerción o de dominación sobre la otra.

(Por cierto: esta moralización del deseo sexual va en paralelo a similar moralización de la propia identidad femenina: no cualquiera está legitimada para pretender ser mujer, sino tan solo quienes revisten ciertas características moralmente aceptables. Piénsese en lo que desde este feminismo se dice sobre trabajadoras sexuales o personas transgénero...)

Y, segundo, porque ello significa en la práctica acabar por negar la capacidad de agencia de la (supuesta) "víctima": en efecto, si las personas adolescentes, cuando interactúan con otras más adultas que ellas, son siempre víctimas, están siempre siendo abusadas, entonces es que carecen verdaderamente de cualquier capacidad relevante de autodeterminación. ¿No resulta esto paternalismo del peor, en contra de toda la evidencia sobre la libertad con la que esas personas toman todos los días decisiones, sobre su sexualidad y sobre otros muchos asuntos? (¿Y no es esto mismo lo que este sector del feminismo está intentando hacer con las/os trabajadoras/es sexuales, negar su capacidad de agencia y de autodeterminación?)


Más publicaciones: