Perfect days narra la historia (¿historia?) de un individuo que ha decidido encerrarse en sí mismo. (O que ha sido forzado a ello-pues, en realidad, nunca sabremos las razones de su actual forma de vida.) En sí mismo y en tres o cuatro objetos inanimados que la acompañan: el cielo, los árboles, un par de buenas novelas, algo de rock... Un individuo que, en suma, parece haber renunciado a convivir, con los/as demás, más allá de las interacciones que resulten inevitables e imprescindibles (comprar, compartir espacios con el compañero de trabajo, chocarse con algún usuario de los retretes que él limpia). Interacciones completamente impersonales, pretendidamente carentes de cualquier componente emocional.
De este modo, la clave de la forma de vida de Hirayama (Koji Yakusho) parece ser el desapego emocional: no permitir que, en la (inevitable) interacción con otros seres humanos, ninguna emoción surja; y reservar la expansión emocional para objetos inanimados (música, literatura, entorno natural). Aunque, de hecho, la película también muestra cómo tal pretensión resulta prácticamente imposible: bien sea una sobrina, una conocida cantando una canción muy querida, un desconocido con cáncer y al borde la muerte, un atolondrado joven -compañero de trabajo- enamorado... los seres humanos no dejan de mostrar ante Hirayama sus emociones, inevitablemente afectándole, aunque sin llegar a hacerle perder el radical autocontrol (¿represión?) emocional que en todo momento muestra.
Al contemplar la sosegada y centrada vida de Hirayama (tan pocas cosas, tan pocos intereses, tan limitadas ambiciones), uno (sumido como habitualmente se halla en el cotidiano tráfago de la vida urbana contemporánea) tendería a envidiarla. Y, sin embargo, es cierto que el precio que el personaje paga es altísimo: evitar toda la locura, sí, pero también la fascinación, que las relaciones humanas, y las emociones que las mismas nos provocan, producen usualmente en nosotros/as; desasosegándonos, sí, pero también arrastrándonos y fascinándonos.
Wim Wenders retrata a este personaje y sus opciones vitales de manera meritoria: no es fácil describir la inacción y la rutina como formas de vida de un modo tan sobrio, pero, al tiempo, tan atractivo y penetrante como lo hace esta película. Una película que fuerza a los/as espectadores/as a observar cómo es una vida simple. Y, casi inevitablemente, a compararla con la suya propia.