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jueves, 4 de julio de 2024

Fascistización y fascismo



Empecemos quizás por definir rápidamente el fascismo, que se refiere esencialmente a un cierto tipo de proyecto o ideología, que puede o no concretarse en organizaciones (cuyas formas varían según los contextos históricos y nacionales) y un cierto tipo de Estado (un poder dictatorial cuyas características específicas no voy a tratar aquí, ya que nos llevaría demasiado lejos). El proyecto fascista consiste en pretender regenerar una comunidad imaginaria (generalmente la nación, pero potencialmente también la civilización o la raza) mediante una vasta operación de purificación o limpieza: purificación etnorracial (dirigida contra las minorías etnorraciales, religiosas, etc., que impedirían a la nación constituirse como tal, fiel a su pasado ancestral, a sus raíces profundas, a su identidad casi eterna y gloriosa, etc.) y purificación política (dirigida contra los movimientos acusados de dividir a la nación y, por tanto, de debilitarla: los que practican la lucha de clases, las feministas, los antirracistas, etc.). Ni que decir tiene que tal proyecto se basa en una visión completamente quimérica de la nación (esencializada, eternizada, fetichizada) y en una concepción mitológica de su pasado.

En nuestro libro Face à la menace fasciste, escrito con Ludivine Bantigny, intentamos desarrollar esta perspectiva en términos de fascistización. En primer lugar, la idea principal es que el fascismo no se produce de la noche a la mañana, sino que, en cierto modo, hay todo un proceso que tiene lugar aguas arriba y aguas abajo de la conquista del poder político por los fascistas. El fascismo, como régimen, como poder fascista, basado en aplastar todas las formas de disidencia social, sindical, política, artística, etc., no puede surgir sin toda una fase histórica de impregnación, tanto ideológica como material, sin una serie de transformaciones que alteren el equilibrio interno del Estado en beneficio del aparato represivo (en particular, la policía), multiplicando su capacidad de intervención autónoma (y por tanto arbitraria), y justificando ideológicamente, legitimando, esta vasta empresa de purificación de la que acabo de hablar. Utilizamos el concepto de fascistización para designar esta fase de preparación ideológica y material. Una de las ideas que desarrollamos a continuación es que hay dos fases de fascistización: la primera, que precede a la llegada de los fascistas al poder (y creo que es el tipo de fase en la que estamos en Francia); la segunda, que sigue a la conquista del poder político (es la fase en la que se han encontrado, por ejemplo, el Brasil de Bolsonaro o la India de Modi).

En cuanto a la preparación ideológica, podemos verlo de mil maneras y a partir de mil pistas consultando los grandes medios de comunicación y observando el debate político actual en Francia. No me detendré en ello, porque es el aspecto más visible. En cuanto a la preparación material, se trata de que los gobiernos se han dotado de todo un arsenal jurídico y de toda una base institucional que permitiría a un gobierno de extrema derecha aplastar cualquier forma de oposición sin tener que salirse de la legalidad republicana. El ejemplo de la disolución de la CCIF es muy significativo desde este punto de vista. Tenemos una organización formada esencialmente por abogados y abogadas, que realizaba tanto un censo estadístico de los actos y discursos islamófobos como un trabajo jurídico de defensa de las personas musulmanas. Esta organización fue disuelta de la noche a la mañana, sin ninguna razón seria. Es realmente sorprendente, y debería parecer escandaloso a cualquier persona con el más mínimo apego a las libertades civiles, pero no ha provocado ninguna movilización a gran escala.

La segunda fase de la fascistización es la transformación del Estado de una democracia capitalista en el sentido tradicional (papel importante del parlamento, respeto de las libertades públicas, etc.) o una forma muy degradada de democracia capitalista (democradura, democracia autoritaria, democracia iliberal, etc.) en un Estado fascista. A veces imaginamos que detentar el poder político significa detentar el poder y tener la capacidad de hacer lo que queramos con él, pero esta idea ha sido regularmente desmentida porque quienes detentan el poder político pueden enfrentarse a sectores hostiles del Estado, al poder económico (el capital o ciertas fracciones del capital) y, por supuesto, a las luchas populares. Por ejemplo, cuando Trump y Bolsonaro llegaron al poder en Estados Unidos y Brasil, respectivamente, no pudieron hacer exactamente lo que querían. Así que hay una segunda etapa de fascistización, que puede ser victoriosa para los fascistas o conducir a su derrota. Si tomamos el ejemplo del fascismo histórico, Mussolini no consiguió realmente fascistizar el Estado hasta tres o cuatro años después de llegar al poder (Hitler, por su parte, fue mucho más rápido en lo que los propios nazis llamaron Gleichschaltung). Durante tres o cuatro años en Italia siguió habiendo oposición política, incluso en el parlamento (el líder comunista Antonio Gramsci fue incluso diputado hasta su detención en noviembre de 1926), hubo movimientos sociales y huelgas, que obviamente fueron reprimidos con más dureza que en el periodo anterior, pero aún no estábamos en el contexto del Estado fascista tal y como surgió a finales de los años veinte.

En efecto, como ha señalado Omar, la fascistización procede de diferentes maneras según la posición de cada uno en la sociedad y, en particular, según se pertenezca o no a las minorías religiosas y étnico-raciales que suelen ser el objetivo principal no sólo de los fascistas, sino también del Estado en la fase de fascistización: todas esas personas que pueden ser perseguidas sin ningún motivo real; todas esas personas cuyas organizaciones pueden ser disueltas; todas esas personas que pueden ser controladas en la calle, manoseadas, maltratadas, humilladas, etc. Por eso decimos, con Ludivine Bantigny, que el fascismo está y no está: no está ahí en el sentido de que, estrictamente hablando, no hay Estado fascista; de lo contrario no habría medios de comunicación independientes ni sindicatos independientes del Estado, las organizaciones feministas, antirracistas y antifascistas probablemente no sobrevivirán mucho tiempo, ni tampoco la izquierda radical... Pero el fascismo está ahí en el sentido de que hay elementos y procesos de fascistización en marcha, que afectan, en particular, a las minorías, a la población romaní, por ejemplo, a quienes se ha privado de su derecho a ir a la escuela en algunas comunas, a las personas inmigrantes, por supuesto (a las que se acosa y maltrata constantemente), a las musulmanas, a las residentes en barrios obreros y de inmigrantes, etcétera.

Por eso es difícil encontrar los términos adecuados para definir el sistema político en el que nos encontramos hoy. ¿Es una democracia? Evidentemente, si nos tomamos en serio las palabras, es decir, democracia como poder popular (en el sentido etimológico del término), parece difícil afirmar que estamos en una democracia. ¿Estamos en una dictadura? No. Ludivine y yo queríamos poner palabras a esta situación, que nos parece intermedia, entre una democracia capitalista clásica (con instituciones políticas basadas en el liberalismo en sentido clásico) y una dictadura de corte fascista. Una de las hipótesis vinculadas a la idea de fascistización es que el neoliberalismo autoritario, que Macron encarna a la perfección, no es la última etapa de este proceso, porque constituye un modo de dominación política estructuralmente inestable. Podría ser sólo una etapa en la construcción de otro tipo de poder, una forma de allanar el camino para un poder de tipo fascista, siempre que no se detenga el proceso...



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