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miércoles, 1 de marzo de 2023

Mariano Torcal: De votantes a hooligans. La polarización política en España



El libro que hoy comento (Catarata, 2023) presenta una propuesta de descripción e interpretación del fenómeno de la polarización política en España. Para ello, el autor se apoya tanto en una importante evidencia empírica como en la mejor bibliografía politológica internacional sobre el tema. Se trata, probablemente, del mejor y más completo estudio de una cuestión tan esencial para la ciencia política actual (y que, como es obvio, posee importantísimas implicaciones para la comprensión y mejora de los procesos de elaboración e implementación de cualquier política pública -incluyendo también la política criminal). Cuestión de la que se habla mucho, aunque no siempre con rigor (hay demasiado impresionismo y demasiados pocos datos en muchos análisis que se hacen); y, además, muy frecuentemente apoyándose tan solo en datos y en fuentes bibliográficas anglosajonas, que (sobre todo, si tratan sobre Estados Unidos) parten de una realidad sociopolítica notoriamente distinta de la nuestra.

La primera de las conclusiones del estudio es que, aunque, debido al notorio aumento de la conflictividad social a partir de la crisis económica de 2008, es cierto que se ha producido en la sociedad española cierto crecimiento de la polarización ideológica y del extremismo, en realidad este no es el fenómeno más llamativo. Por el contrario, lo que está cambiando el panorama político es más bien el aumento -este sí, muy sustancial- de la polarización afectiva de la ciudadanía: la progresiva construcción de "macro-identidades" partidistas y, más aún, ideológicas ("derecha"/ "izquierda"), que individuos y grupos sociales van asumiendo como propias y, sobre todo, van convirtiendo en su identidad social predominante (sobre otras muchas que cada individuo también asume: yo soy de izquierdas, pero también varón, heterosexual, nacido y criado en una ciudad de provincias, profesor, aficionado al cine,...). Unas identidades políticas predominantes que condicionan de manera decisiva el modo en que los individuos y los grupos se perciben a sí mismos (como parte de un "nosotros" político más o menos homogéneo, repleto de bondades morales) y a los demás (bien como pertenecientes a ese mismo grupo, o bien como pertenecientes al de "ellos", esos otros que carecen de virtudes cívicas, que tan solo tienen defectos y maldad en sus creencias y actitudes). Se produce, así, una categorización y clasificación de la ciudadanía sobre la base de criterios de adscripción -real o atribuida- partidista e ideológica ("facha", "rojo", "progre", "carca", "separatista",...). Y dicha clasificación dicotómica y moralista reduce el grado de confianza social entre los diferentes grupos (el otro no es solamente alguien que discrepa de mí en ciertos valores morales o ideas políticas, sino que es alguien diferente, peor). Y, con ello, la probabilidad de que tenga lugar interacciones sociales positivas (es decir, no conflictivas) entre unos y otros: con el otro (perverso) no se habla (si no es para descalificarle o insultarle), no se le concede ninguna razón,... apenas se admite su derecho a pensar así.

Torcal pone de manifiesto cómo este proceso de polarización afectiva (creciente, aunque, por fortuna, aún no completado -la descripción del párrafo anterior evoca una situación distópica, un modelo puro de polarización afectiva) no se corresponde de manera proporcionada con el grado de polarización ideológica de la sociedad española, que, al contrario, posee un notabilísimo grado de homogeneidad (en términos comparativos) por lo que se refiere a las creencias y actitudes predominantes en buena parte de las cuestiones políticas centrales. Y sugiere que la causa principal de este proceso (y, por lo tanto, si se quiere, la principal responsabilidad por el mismo) hay que encontrarla en las estrategias de movilización política (y, en particular, de comunicación) de las élites. Primero, de las élites políticas, que han decidido recurrir de manera muy prioritaria a la identidad política (partidista y/o ideológica) como mecanismo de movilización política y electoral de los votantes. Y que, por ello, necesitan emplear a fondo los recursos comunicativos con los que cuenta, para crear, reforzar, dar prominencia y activar la identidad política de aquellos de los/as electores/as que consideran potencialmente influenciables y movilizables.

Pero también, en segundo lugar, de las élites mediáticas, que inmediatamente han entrado en alianzas más o menos abiertas con aquellas, para difundir a través de los medios de comunicación mensajes notablemente sectarios, dirigidos a potenciar la identificación de la audiencia con una cierta macro-identidad partidista/ ideológica; y el rechazo moralista de cualquier otra (concebida siempre como adversaria o enemiga). Y, de paso, aprovechando, por supuesto, para explotar un estilo sensacionalista, que produjese, además, el mayor rédito comercial posible...

A este respecto, Torcal manifiesta su escepticismo acerca del pretendido papel central que tendrían internet y las redes sociales en todo este proceso. Basándose en estudios empíricos, aduce (con razón, en mi opinión) que el entorno digital es únicamente un canal más -ciertamente, más visible- a través del cual el proceso de polarización afectiva se manifiesta, pero que en absoluto es su causa. En internet, pues, cambian las formas comunicativas que expresan la polarización, pero no el fenómeno social en sí.

Por fin, el estudio viene a añadir un dato más que resulta extremadamente preocupante: aunque la polarización afectiva del electorado español es un proceso generalizado a derecha e izquierda (y asimismo, en lugares como Cataluña, la polarización entre "separatistas" y "españolistas"), en el caso de los/as votantes que se autoidentifican como "de derechas" está promoviendo la extensión entre ellos/as de creencias intolerantes y antidemocráticas, que justificarían o disculparían la adopción de medidas contra los derechos y las oportunidades de participación política de los demás grupos políticos. Algo que, desde luego, nos pone ante un reto mucho mayor que el que la propia polarización ya de suyo conlleva.

En resumidas cuentas: De votantes a hooligans es un libro más que recomendable para cualquiera que esté verdaderamente interesado en comprender cómo está evolucionando la realidad sociopolítica española, y/o esté preocupado por mejorar la calidad de nuestro proceso político.


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