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miércoles, 6 de octubre de 2021

Søren Overgaard/ Paul Gilbert/ Stephen Burwood: An Introduction to Metaphilosophy



La filosofía (la reflexión filosófica) viene acompañando a la especie humana desde muy antiguo. Acaso no desde siempre, pero, desde luego, al menos allí y cuando se desarrollaron civilizaciones que habían desarrollado alguna forma de escritura, parte de la cultura escrita producida tuvo siempre que ver con intentar responder a preguntas que en Occidente -desde la Grecia clásica- calificamos de "filosóficas": preguntas acerca de la naturaleza de la realidad y de la propia especie humana, de su origen y de su destino, del sentido de su existencia, de su historia y de la(s) cultura(s) que ha ido creando; de la validez de su conocimiento y de las reglas por las que debería guiar su acción y su interpretación del mundo circundante...

(Praxis esta de la que progresivamente se han ido separando algunos focos de reflexión, para constituirse como ciencias autónomas, dotadas de una metodología y de unos criterios de verdad propios bien de las ciencias empíricas -por ejemplo, la Psicología- o bien de las ciencias formales -por ejemplo, la Lógica. Praxis que, pese a ello, retiene relevantes objetos de interés, aún hoy, y no es probable que los pierda por completo en un futuro previsible, puesto que parece difícil imaginar que ciertos temas de reflexión -la Ética o la Metafísica, por ejemplo- puedan llegar a convertirse algún día en materias disciplinadas de manera plena a través del método científico -al fin  y al cabo, parece cuando menos dudosa la viabilidad del proyecto de una ética puramente naturalista, y no es fácil confiar en que los avances en Física permitan en algún momento disolver -y, consiguientemente, eludir- los dificilísimos puzles conceptuales en torno a los conceptos de tiempo, de cambio, de individuación de entidades, etc.)

Las preguntas (y los múltiples intentos de responderlas de manera convincente) han estado siempre ahí. En cambio, no siempre y en todo lugar en el que se ha hecho filosofía se ha hecho también metafilosofía; no, al menos, de manera explícita: no siempre se ha reflexionado acerca de cuál era el sentido y la utilidad de hacerse dichas preguntas y de intentar tales respuestas.

En este sentido, libros como el que hoy comento (Cambridge University Press, 2013) son imprescindibles, quizá no tanto por las respuestas que proponen a las preguntas metafilosóficas (¿para qué sirve la filosofía? ¿en qué consiste la buena reflexión filosófica? ¿qué métodos es aceptable/ recomendable emplear para realizarla? ¿cómo se relaciona dicha reflexión con el resto de la cultura?), cuanto por el hecho de problematizar abiertamente el sentido de la actividad filosófica, así como por exponer las dudas y diversidad de posiciones existentes, entre l@s filósof@s, en torno a las mismas.

Más aún: en mi opinión, si algo queda claro leyendo el libro (a mí, al menos, así me lo ha parecido), es que seguramente no existe ni puede existir una respuesta única a ninguna de dichas preguntas metafilosóficas. No solo -que también- porque los marcos culturales desde los que se las intenta responder puedan ser diversos. Sino también porque lo que calificamos como praxis de reflexión filosófica es en realidad un conjunto bastante heterogéneo de actividades reflexivas, con funciones sociales diferentes (y, por consiguiente, con criterios de validez y de utilidad también distintos). ¿Qué tiene que ver, en efecto, la discusión sobre la conducta moralmente correcta con el debate acerca de la excelencia estética de los productos culturales? ¿Los intentos de proponer una descripción de la estructura de la realidad que resulte conceptualmente adecuada, con la polémica en torno al escepticismo y la posibilidad del conocimiento cierto? Posiblemente no mucho, salvo la imposibilidad de responder a tales cuestiones recurriendo a métodos puramente científicos (empíricos o formales).

De cualquier forma, dos son las ideas contenidas en el libro que a mí, personalmente, más me han interesado, por parecerme las más sugerentes de todas:

1ª) La filosofía como mapa: A día de hoy, cuando convivimos con un desarrollo notabilísimo del conocimiento científico (tanto en ciencias naturales como en ciencias sociales), probablemente la mejor descripción general de la actividad filosófica sea como la actividad, precisamente, de mapear el conocimiento. Es decir, de elaborar cuadros (en el sentido más gráfico del término) que muestren de manera global e integral cuáles con nuestros conocimientos acerca de la realidad, dónde se ubica dada uno de ellos y cómo se relacionan los unos con los otros.

(Desde luego, como Richard Rorty ha enfatizado, mapear no es una actividad neutral, sino que se basa siempre en un determinado vocabulario -en un determinado estilo gráfico, si se quiere- específico de cada momento histórico y tradición cultural. Pese a ello, la función de mapeo sería común a todas ellas.)

2ª) El papel de la intuición en la práctica filosófica: Como es sabido, al menos desde comienzos del siglo XX existe en la práctica filosófica occidental una escisión entre la llamada "tradición analítica" y la denominada "tradición continental". Y, sin embargo, más allá de las discrepancias en cuanto a la genealogía intelectual que una y otra tradición reclaman como suya, y de diferencias -bastante relativas- de estilo literario, lo cierto es que, en última instancia, ambas tradiciones se caracterizan por pretender fundamentar el valor de sus proposiciones en la compatibilidad de las mismas con las intuiciones pre-filosóficas, pero racionales, del sujeto pensante (el/la filósof@).

Lo que ocurre, por supuesto, es que el propio valor de dichas intuiciones (en tanto que soporte de conocimientos teóricamente justificados y/o de reglas de conducta racionalmente justificables) merece ser sometido a discusión. Pues, en realidad, se trata de una apelación a la naturaleza fenomenológica de las propias experiencias psíquicas (creencias, deseos, percepciones, etc.) del/la filósof@ y de aquellas otras personas que operan dentro de idéntico o similar marco cultural. Una apelación cuya credibilidad, sin embargo, no nos es dado calibrar, puesto que no disponemos de ninguna forma de acceso independencia a esa realidad que, según se dice, nuestras intuiciones acerca de la misma refieren y describen.

Ello, desde luego, plantea la pertinencia o no del desafío escéptico (¿cómo sé que lo que intuyo que es en verdad no es sino pura ilusión, puesto que no dispongo de métodos independientes de verificación de su ser?). O, si el escepticismo no se considera una tesis suficientemente consistente (por autorrefutatorio), suscita la cuestión de métodos de argumentación filosófica son los más adecuados para dotar de plausibilidad retórica (máximamente racional) a dichas intuiciones, en tanto que base de proposiciones filosóficamente relevantes. (Cuestión esta sobre la que habremos de volver, en alguna próxima entrada de este Blog.)


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