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viernes, 18 de junio de 2021

Miedo a la libertad


"En los días de confinamiento yo daba unas vueltas enormes para ir al supermercado, al Eroski que hay en las afueras, y había una tensión extraña entre la calle vacía y la vida que se acumulaba tras los muros antes deshabitados. Algo ha quedado de eso (…) ", sostiene, consciente de que la pandemia ha aumentado el número de suicidios entre la gente joven y los niños, lo que es, en su opinión, una consecuencia muy directa, tanto del confinamiento como de la moralización que se ha hecho de todas las medidas represivas que se han tomado, "algunas con razón y otras sin ellas, culpando muchas veces a la gente (especialmente a los jóvenes) del virus, de los muertos y del desastre general", puntualiza.

Cree que los adultos, incluso quienes han conservado el trabajo,  también se han visto afectados en el ámbito político. "He visto cómo una sociedad entera aceptaba de forma sumisa todo tipo de normas excepcionales muchas de ellas sin base legal o racional. Por supuesto, yo entre ellos. He visto cómo buena parte de la gente, especialmente de una edad, llevada por el miedo o por el ansia represiva –que suelen estar ligados– no sólo aceptaba las normas sin plantearse nada, sino que estaban felices siendo los que mejor las cumplían. Así tenían un objetivo en la vida, todo su tiempo estaba sujeto a horarios rígidos y podían acabar el día con la satisfacción del deber cumplido en pos de un objetivo sublime: contener la pandemia".

"El asunto es que esa gente se dedicaba a echarles a los demás la culpa de los muertos y del caos pandémico, según Ángel, porque esos individuos estaban, a su juicio, investidos de pureza y tenían la enorme razón que anida en los corazones sublimes, o eso creían. "Los hemos visto en la tele siempre con una mueca antipática, enfadados con ese pueblo tan tonto al que pastorean, confundirse continuamente (la peor pandemia es el miedo, decían al principio), pero inasequibles a la vergüenza, dando sermones a izquierda y derecha desde su púlpito. Todo lo que he visto me ha hecho inmune a los cantos de sirena sobre el mal de las dictaduras, del nazismo, del fascismo, del comunismo, del franquismo y del chá, chá, chá. Hemos comprobado que a buena parte de la gente le gustan las dictaduras. Son felices en un mundo lleno de normas y desean recibir meneando la cola, la galletita al final del día por haberlas cumplido todas. Y son capaces de apuntar con el dedo a quien no las sigue, a quien atenta contra su orden, para denunciarles ante la autoridad o hacerles sentir vergüenza, miedo o remordimientos. Señores que estudian los orígenes del fascismo: ahí lo tienen"


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