A través de una historia encarnada en personajes (burgueses) que viven la transformación histórica del paso del Antiguo Régimen a la era de las revoluciones y al inicio de la consolidación de los nuevos regímenes políticos respaldados por la burguesía capitalista, El Siglo de las Luces narra las vicisitudes de la dialéctica entre idealismo y materialidad: entre las ideas (morales, políticas, estéticas) que uno dice e intentan defender y aplicar y la resistencia de la realidad material (social) y de la evolución histórica.
Aquí, esta tensión se plasma en el fracaso del idealismo revolucionario, que empieza siendo una suerte de entusiasmo con la lucha por la emancipación universal de la humanidad, y así se presenta y motiva a sus protagonistas, pero que acaba afrontando la realidad de una sociedad clasista, en la que la élite hegemónica (la burguesía capitalista) está más interesada en proteger sus privilegios de clase y los intereses económicos de la gran empresa capitalista que en la emancipación.
Así, los personajes protagonistas de la novela (Esteban, Sofía y Víctor) experimentan en sus propias carnes, y en sus propias almas, cada uno a su manera (respectivamente: como desilusión, como derrota, como rendición) las limitaciones que sus ideales hallan cuando pretenden aplicarlos a la realidad. Descubren que han sido juguetes de una oleada de cambio histórico que les supera (y traiciona a las que fueron sus ilusiones). Y, entonces, algunos -Víctor- se adaptan, otros -Esteban- se apartan (o lo pretenden), decepcionados; y otros, en fin (Sofía), continúan impertérritas con su ilusión idealista, dispuestas a sacrificarse en nombre de los valores revolucionarios, fieles a su idealidad, aun cuando no puedan dejar de ser conscientes de que su sacrificio es inútil: de que la lucha emancipatoria está ya fracasada, porque la sociedad, aunque cambiante y cambiada, no se ha doblegado a los ideales excelsos que animaron la lucha revolucionaria.
Porque, en efecto, la tragedia de Víctor, la de Esteban, la de Sofía, ¿no es la misma tragedia de todos quienes se sienten animad@s por un entusiasmo altruista por "cambiar el mundo" y acaban por descubrir que el mundo es harto más complejo de lo que sospechaban, y que por ello los cambios son lentos, difíciles, casi imposibles? ¿Y que a veces la mayor lucha es por no doblegarse, por lograr que -cuando menos- el mundo no le cambie a un@ mism@ (a peor?