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miércoles, 2 de octubre de 2019

Une intime conviction (Antoine Raimbault, 2018)


Un intime conviction es una característica película de denuncia y de tesis: inspirada en un caso real, se construye en él toda una historia acerca de la dificultad para determinar la culpabilidad o la inocencia de un acusado, y sobre la influencia de la opinión pública en el funcionamiento de la maquinaria del proceso penal.

¿La tesis de fondo? Algo importante: que, en virtud de la presunción de inocencia, el proceso penal no debe perseguir en ningún caso el objetivo de obtener la verdad material, una explicación satisfactoria a los hechos que dan lugar al juicio. Que, por el contrario, ha de bastar con que ninguna explicación de los hechos resulte suficientemente plausible, fuera de toda duda, para que el juicio cognoscitivo deba ser dejado en suspenso. Y, por consiguiente, cualquier investigado o acusado, apartado del proceso, por falta de pruebas.

Que, por supuesto, esta realidad de la inevitable limitación de la eficacia cognoscitiva del proceso penal resulta hondamente insatisfactoria para cualquier ciudadan@ suficientemente inquieta por el triunfo de la justicia (especialmente allí donde los hechos cuya autoría se pretende esclarecer y sancionar resulten de una índole particularmente conmovedora: en los delitos contra las personas, muy especialmente). Aunque, en verdad, no quepa, pese a ello, alternativa aceptable a la de soportar dicha limitación con paciencia.

Pues, en efecto, cualquier intento de incrementar la potencia cognoscitiva del proceso penal (reduciendo las garantías y/o los requisitos para dar por probados los hechos), debido a la inextricable mixtura que este siempre conlleva entre esclarecimiento de la verdad y práctica del control social (atribución de responsabilidad y sanción), acaba por renunciar de hecho tanto a la verdad (que se ve amenazada por la arbitrariedad del poder punitivo) como a la justicia (que será aplicada de manera extremadamente selectiva, preferentemente a los acusados más débiles).

Así, allí donde la verdad acerca de los hechos alegados resulte imprescindible y prioritaria, parece conveniente inclinarse por construir instituciones que se distancien de la forma del proceso penal: instituciones de justicia transicional, por ejemplo. En las que se renuncia -cuando menos, en buena medida- a practicar la imputación de responsabilidad y la sanción, en favor de un esfuerzo de explicación veraz de los hechos mucho más ajustado al conjunto de la evidencia empírica disponible. Cualquier otra solución no constituiría más que una indeseable perversión de instituciones jurídicas (y, por ende, sociales) importantísimas.

De todo ello habla, en cierto modo, Une intime conviction. Eso sí, lo hace recurriendo a tropos estilísticos bastante efectistas, apenas bañados de una ligera sensación de realidad (a pesar de la inspiración realista que la trama de la película pretende tener). De manera que, al cabo, uno tiende a fijarse más en el tema tratado (verdad y proceso penal) que en las particularidades de la historia y/o de la narración audiovisual de la misma. Porque, en verdad, solo lo primero parecería poseer algún interés (también para el director, que colabora además en el guión de la película).




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