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jueves, 4 de julio de 2019

Frères ennemis (David Oelhoffen, 2018)


Contemplada en una primera visión superficial, Frères ennemis constituye una clásica película del género criminal: tráfico de drogas, venganzas, familias enfrentadas, historiales trágicos, confrontación étnica y de clase,… 

Y, sin embargo, por debajo –o, más bien, a la par- de la confrontación genérica, la película tiene un interés específico, en la medida en que viene a escenificar y a dramatizar una dialéctica absolutamente contemporánea: la dialéctica, eminentemente conflictiva, entre identidad y posición social.

En efecto, los personajes de Freres ennemis oscilan, a lo largo de toda la historia narrada, balanceándose entre quienes creen ser (porque todos los demás personajes así les consideran y califican) y quienes verdaderamente son. Así, quienes creen ser policías o hampones, aparentemente integrados en aquellos medios sociales en los que habitualmente se mueven, sin embargo, se hallan verdaderamente (a resultas de las vicisitudes azarosas que la película narra) enfrentados al hecho de que ninguno de ellos puede seguir siendo quien cree ser, y quiso ser. Antes al contrario, en todos los casos los imperativos de la estructura social (la estructura de incentivos que condiciona la interacción en el medio en el que actúan) acaban por predominar sobre las demandas de la identidad culturalmente asumida.

Así, un siervo de la propiedad (como lo es el policía –Reda Kateb) lo es siempre, aunque se sienta señor, o hermano; y un empleado de bajo nivel de una empresa (aunque esta sea criminal –Mathias Schoenaerts) no deja nunca de ser eso, por más que se identifique con la familia a la que sirve. Antes o después, unos y otros, proletarios, son traicionados por sus patrones, por mucho que se hayan esforzado –aun con la mejor fe- en identificarse con ellos, con sus creencias, con sus identidades culturales, con sus entornos.

De este modo, Frère ennemis viene a dramatizar la tragedia del proletario alienado: proletarios policías, proletarios criminales, sí; pero, al cabo, trabajador@s capaces de creer que han sido capaces de superar su condición de clase y de ser reconocidos como iguales, como miembros de la comunidad, por sus patronos. Cuando, como la historia narrada en la película muestra, en realidad nunca serán nada más que aquello que poseen: tan escaso poder, ninguna propiedad, apenas alguna fuerza de trabajo. Todo lo demás es (para su dolor) vana ilusión, propia de quienes se han creído las fantasías propagandísticas en las que el pueblo llano habitualmente se mueve y sueña (en vano).




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