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sábado, 7 de julio de 2018

Western (Valeska Grisebach, 2017)


Estamos demasiado acostumbrad@s a concebir el colonialismo como una relación de dominación entre estructuras políticas. Sin embargo, siendo ciertamente así, con esta perspectiva tendemos a olvidar algo que, empero, resulta esencial: que, aun cuando desde un punto histórico y macro-político esa dominación estructural resulta la clave de inteligibilidad de la relación colonial, la praxis micro-política (y micro-social) del colonialismo siempre ha tenido lugar de un modo muy diferente, a través de interacciones sociales entre miembros de las clases populares integradas en (y dominadas por) la estructura política colonizadora y miembros de las clases populares integradas en la estructura política colonizada. Y, por cierto, tanto en un caso como en el otro, principalmente varones. (O también mujeres, pero ubicadas siempre éstas en roles considerados secundarios: esposas, prostitutas, criadas, objetos sexuales,…) 

En Western, precisamente, se viene a poner en forma dramática y narrativa esta realidad de la dominación colonial. En la película, en efecto, un grupo de trabajadores alemanes pobres actúan como la vanguardia de la colonización del capitalismo alemán sobre un estado empobrecido y de nueva integración en la Unión Europea, como es Bulgaria. Y, en tal condición, se ven sometidos, tanto ellos como la población local, al inevitable zarandeo de conflictos de intereses, de culturas y de ideologías que en tales situaciones de encuentro intercultural conflictivo y atravesado por relaciones de poder tienden a producirse. 

La narración del zarandeo al que los personajes son sometidos a causa de la imposible situación de interacción provocada por esa combinación de relaciones de poder y de diversidad cultural es guiada, desde un punto de vista dramático, por la decisión de centrar la atención en el personaje de Meinhard, un trabajador alemán particularmente autoconsciente de su rol de carne de cañón para abrir paso al gran capital alemán en aquellos territorios, y que desea además fervientemente integrarse en esa nueva comunidad, que para él representa la posibilidad -improbable- de un nuevo comienzo..

De este modo, el punto de vista de Meinhard (que, sin embargo, no es adoptado como punto de vista exclusivo, sino únicamente como el predominante) le sirve al/a espectador(a) para ir descubriendo: 1º) que la diferencia cultural no puede borrar las referencias propias de la posición de clase de cada personaje; 2º) que, sin embargo, sirve como materia prima para la construcción del discurso racista, imprescindible para justificar ideológicamente (no sólo en el plano macro-social, sino también en el micro-social) la dominación colonial, ocultando su funcionalidad socioeconómica; y 3º) que, pese a ello, la solidaridad humanista y de clase resulta posible, por encima de las diferencias culturales, del racismo y de las relaciones de poder establecidas (entre colonizadores y colonizad@s)... aunque, desde luego, tan sólo hasta un cierto punto, puesto que llega un momento en el que los intereses materiales resultan tan contradictorios que el racismo y el ejercicio puro del poder vuelven a reclamar el protagonismo. 

Este clarividente retrato de la dominación colonial es puesto en forma narrativa en la película recurriendo a la explotación de buena parte de los tópicos narrativos del género del western: trasladado, eso sí, al corazón de Europa. Así, nativos y exploradores, fuertes y poblados indígenas, visitas de buena voluntad y peleas, esfuerzos interculturales y abusos cometidos por parte de los representantes de la “raza superior” (y del género masculino), transitan por Western, la película, aprovechando todo el conocimiento compartido por l@s espectador@s acerca de las convenciones genéricas para revelar más explícitamente las estructuras de dominación sociopolítica que se pretenden representar. Todo ello, sin recurrir a la explosión de la violencia, sino permitiendo que la misma permanezca omnipresente, pero soterrada, lo que agudiza aún más la visibilidad de las relaciones de poder -con sus inevitables tensiones- que subyacen a dicha violencia posible, casi ineluctable.

Un ejemplo, pues, particularmente interesante de la manera en la que el arte (recurriendo a su capacidad para la representación fenomenológica, pero también a su aptitud para la metarreflexión acerca de sus propias categorías, convenciones y estilemas) puede contribuir a la reflexión acerca de lo real, de un modo que resulte estéticamente pertinente y, al tiempo, apropiado desde el punto de vista moral y político.




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