Aunque ya muy conocida para los amantes de la obra de Juan Carlos Onetti, quiero volver a llamar la atención sobre esta novela breve del escritor uruguayo a causa de su especial aptitud para adoptar como materia narrativa justamente el desmontaje de las estructuras propias de la narración.
La novela, en efecto, parte de un acontecimiento llamativo (un funeral, un solo individuo sigue a la difunta, acompañado de un chivo) para construir una posible historia (romántica, folletinesca, atribulada) de la historia que podría haber llevado hasta allí. Una construcción que, sin embargo, a continuación, y dentro de la misma narración (y con la brevedad que es propia del género), procede a poner en cuestión: puede que, en realidad, la historia narrada sea únicamente un trampantojo, elaborado por terceros para embaucar al crédulo narrador. O puede, en fin (también se plantea dicha posibilidad), que todo sea únicamente la materia del relato que el narrador de la novela está elaborando, a partir de la combinación de cuanto le han contado y lo que él mismo imagina a partir de ello.
Para una tumba sin nombre viene, en suma, a poner en acto (es decir, no sólo proclamándolo en pura teoría, sino mostrándolo además con su propia praxis narrativa) la ineluctable -pero frecuentemente olvidada- artificiosidad que conlleva necesariamente la construcción de una historia como proferencia lingüística con vocación narrativa. Nos ayuda a recordar (con sus vívidas imágenes... constantemente puestas en cuestión a continuación) que narrar es siempre, en alguna medida, un ejercicio de arbitrariedad. Y que, por consiguiente, en la praxis del/la narrador(a) ha de imperar no sólo una estética, sino también una ética. Y, en el caso del/la lector(a), una técnica de lectura, y de interpretación, que no prescinda nunca de la sospecha y del cuestionamiento acerca de lo leído.
La novela, en efecto, parte de un acontecimiento llamativo (un funeral, un solo individuo sigue a la difunta, acompañado de un chivo) para construir una posible historia (romántica, folletinesca, atribulada) de la historia que podría haber llevado hasta allí. Una construcción que, sin embargo, a continuación, y dentro de la misma narración (y con la brevedad que es propia del género), procede a poner en cuestión: puede que, en realidad, la historia narrada sea únicamente un trampantojo, elaborado por terceros para embaucar al crédulo narrador. O puede, en fin (también se plantea dicha posibilidad), que todo sea únicamente la materia del relato que el narrador de la novela está elaborando, a partir de la combinación de cuanto le han contado y lo que él mismo imagina a partir de ello.
Para una tumba sin nombre viene, en suma, a poner en acto (es decir, no sólo proclamándolo en pura teoría, sino mostrándolo además con su propia praxis narrativa) la ineluctable -pero frecuentemente olvidada- artificiosidad que conlleva necesariamente la construcción de una historia como proferencia lingüística con vocación narrativa. Nos ayuda a recordar (con sus vívidas imágenes... constantemente puestas en cuestión a continuación) que narrar es siempre, en alguna medida, un ejercicio de arbitrariedad. Y que, por consiguiente, en la praxis del/la narrador(a) ha de imperar no sólo una estética, sino también una ética. Y, en el caso del/la lector(a), una técnica de lectura, y de interpretación, que no prescinda nunca de la sospecha y del cuestionamiento acerca de lo leído.
