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martes, 27 de junio de 2017

Terrorista aquí, pero allí no: por qué el término "terrorismo" debería desaparecer del debate


Publicaba el otro día The New York Times la siguiente noticia:


Cuenta la ilustrativa historia de un opositor sirio que, habiendo solicitado asilo en los Estados Unidos, es rechazado sobre la base de que ha participado en "actividades terroristas"... cuando, en verdad, ocurre que tales actividades consisten precisamente en colaborar en la labor de organizaciones armadas en Siria que reciben el apoyo de los mismos Estados Unidos, por entender el gobierno norteamericano que son organizaciones de oposición ("luchadores por la libertad"), pero no "terroristas"...

(En enero de 2016, tuvimos un caso semejante en España: la policía española detuvo a personas acusadas de formar parte de la estructura de apoyo al P.K.K. kurdo, declarado organización terrorista... pero que también participa, en Siria, en la lucha contra el yihadismo.)

Quienes trabajamos sobre el tema, lo sabemos desde siempre: a pesar de la pléyade de discursos de toda índole (descriptivos, prescriptivos, valorativos, emocionales, persuasivos, etc.) acerca del "terrorismo", en realidad nadie sabe muy bien de qué está hablando. O, para expresarlo con mayor propiedad: el término "terrorismo" carece de un significado acotado y preciso, puesto que, de una parte, no existe una definición -lexicográfica- suficientemente consensuada en el uso común del lenguaje (cada uno llama "terrorista" a quien quiere y salva, en cambio, del calificativo a quien más le conviene) y, de otra, tampoco hay una definición -estipulativa- jurídica, ni en Derecho internacional ni en las legislaciones estatales, que sea ni comúnmente aceptada, ni tampoco lo suficientemente precisa.

No se trata, siquiera, de que el significado del término "terrorismo" posea contornos borrosos: en la semántica de los significados borrosos, en efecto, el término así caracterizado ha de poseer una extensión clara en ciertas de sus partes (en un núcleo central, prototípico), aunque luego, en otras, el límite de la clase de entes a los que el término puede con propiedad referirse no es completamente cerrado, sino que admite graduación. No es esto, sin embargo, lo que ocurre con el término "terrorismo": aquí, también los casos que algunos consideran más prototípicos (qué más podría serlo, por ejemplo, para el discurso político hegemónico en occidente, que un ataque con bomba contra civiles en un centro comercial), para otros, en cambio, deberían ser situados más bien en los márgenes del concepto (por ejemplo: porque se pone en cuestión el concepto de civil "inocente", en la medida en que esos ciudadanos apoyan sistemáticamente operaciones militares en violación del Derecho internacional humanitario -con empleo de armas prohibidas, ataques deliberados contra objetivos civiles, violación del principio de proporcionalidad, etc.).

De lo que se trata, entonces, es de que el de "terrorismo" resulta ser, justamente, uno de esos que W. B. Gallie denominó "conceptos esencialmente polémicos": términos respecto de cuyo significado existe una diversidad considerable de opiniones, diversidad frente a la que, no obstante (y aquí estriba la diferencia con las normales situaciones de desacuerdo y discusión conceptual), no se justifica racionalmente adoptar una actitud ni dogmática ("mi definición del término es la única correcta"), ni escéptica ("cada uno tiene derecho a dar su propia definición del término"), ni ecléctica ("cada definición del término que se propone destaca un aspecto de la definición más integral posible"). (La especificación del concepto es de Eugene Garver: Rethoric and Essentially Contested Arguments.)

W. B. Gallie señalaba como condiciones para que se dé uno de estos conceptos esencialmente polémicos las siguientes cuatro: a) que se trate de un concepto valorativo; b) que la valoración que conlleva resulte compleja, es decir, se base en un conjunto articulado de varios elementos o factores; c) que explicar la valoración que el concepto conlleva exija hacer referencia a la relevancia de cada uno de dichos elementos por separado para la misma; y d) que, en relación con cada uno de tales elementos, el componente de valoración que el mismo aporta dependa decisivamente de las circunstancias de la situación. Sin duda alguna, estas cuatro condiciones concurren en el caso del concepto de "terrorismo": se trata de un concepto esencialmente valorativo, de definición necesariamente compleja y en el que la valoración que le es inherente depende de manera decisiva de un amplio elenco de factores y de circunstancias de cada caso concreto.

Los conceptos esencialmente polémicos poseen una funcionalidad eminentemente pragmática: gracias a su naturaleza valorativa, son muy útiles para ser empleados con finalidades prácticas (emocionales, persuasivas, incitadoras a la acción, etc.); y, además, dada la complejidad y relatividad del fundamento de la valoración que conllevan, dificultan el análisis crítico de los modos en los que son utilizados. Se trata, por lo tanto, de herramientas particularmente aptas para su empleo en la retórica política: allí donde es preciso movilizar a grandes masas de individuos, motivando a cada uno de ellos a actuar con aquello que él cree más impresionante (desde un punto de vista esencialmente emocional), a cada uno (a cada grupo social, en realidad) con matices diferentes, aun contradictorios entre sí, pero minimizando el riesgo de que alguien se detenga a desentrañar el entramado discursivo (necesariamente incoherente desde un punto de vista teórico, y aun ético) que subyace al concepto.

Justamente debido a esto, el concepto de "terrorismo" resulta tan precioso para la propaganda política. Y precisamente por ello debería ser abandonado en el debate teórico: porque no es posible discutir sobre la realidad subyacente a (a la que pretende hacer referencia la extensión de) los conceptos esencialmente polémicos, ni para describirla, ni tampoco para realizar valoraciones o prescripciones respecto a ella; porque la extensión del término varía para cada usuario, para cada uso incluso. Y de este modo no es posible hacer teoría, ni tampoco discusión moral o política, que resulten racionales.

Así pues, elaborar (racionalmente: justificadamente) un concepto de "terrorismo" (definir el término estipulativamente) es posible, pero exige el previo desarrollo de toda una teoría moral y política (y jurídica) que lo sustente. (Yo mismo lo intenté de este modo, en mi artículo de investigación El "terrorista" ante el Derecho Penal: por una política criminal intercultural) Y, aunque sea posible, cabe dudar de que resulte verdaderamente útil. Pues parece casi imposible imaginar que a estas alturas seamos capaces, solamente a base de raciocinio y de argumentación, de limpiar el lenguaje de toda la hojarasca de confusión y de connotaciones que a lo largo del tiempo (y, muy especialmente, desde la década de los setenta del pasado siglo) se han adherido al término. Puesto que hay demasiados intereses de poder empeñados en que la confusión y el empleo propagandístico del término persistan.

Abandonarlo, pues, negarlo: buscar nuevas denominaciones, teóricamente rigurosas y políticamente no comprometidas, para los fenómenos de acción armada organizada con objetivos políticos. Tal es mi recomendación. Mientras tanto, seguiremos contemplando (indignados como ciudadanos, pero, en tanto que teóricos, jocosos) cómo -al igual que sucede en la noticia de prensa que me ha incitado a la presente reflexión- un mismo gobierno llama "terrorista" a una organización o a una causa dependiendo de qué es lo que le interese más. Y cómo la ciudadanía es manipulada y engañada, una y otra vez, gracias a este truco. Responsabilidad nuestra -de l@s teóric@s- es, me parece, hacer lo posible para abrir caminos de pensamiento menos contaminados en este ámbito.


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