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martes, 13 de junio de 2017

Eshtebak (=Clash) (Mohamed Diab, 2016)


Para construir su narración, Eshtebak recurre al empleo de tres soluciones estéticas (dos de índole dramática y otra de naturaleza formal) muy manidas. De una parte, ubica la trama en un huis-clos, en un espacio cerrado y dotado de unas fronteras infranqueables para los personajes, restringiendo así el desarrollo de la acción dramática a los enfrentamientos entre ellos. En segundo lugar, opta por incorporar al elenco de personajes a lo que pretende ser una panoplia representativa de la sociedad egipcia. O, por mejor decir, a un conjunto de personajes-símbolo, de las diferentes opciones políticas de la ciudadanía egipcia, ante las tensiones derivadas del cambio de régimen, a la caída de la dictadura de Hosni Mubarak. Por fin, en tercer lugar, el desarrollo dramático de la trama es mostrado a través de un estilo de puesta en forma audiovisual que echa mano del efectismo más característico del thriller de acción contemporáneo: cámara oscilante, montaje rápido, planos fragmentados, iluminación "cruda", etc.

Es evidente que la pretensión de todo este artificio estriba principalmente en el deseo de representar así los dilemas sociopolíticas de la sociedad egipcia en el momento del cambio de régimen: de mostrar las razones de un@s y de otr@s, aquello que tienen en común (cada bando, pero también todos los bandos) y aquello que más les separa. Y, en último extremo, de explorar las posibilidades e imposibilidades del surgimiento de una comunidad política democrática suficientemente integrada (que en la película aparece como remotamente posible, aunque improbable).

En este sentido, eminentemente político, Eshtebak aparece ante todo como un retrato de las inquietudes y ansiedades de un cineasta joven (que, en algún medida, resultan además representativas de las ansiedades de toda su generación). Aunque ello se haga valer, en términos estéticos, a través de recursos más bien poco originales: más efectistas que profundos.

Por ello, este espectador, al ver la película, en vez de fijarse tanto en el obvio mensaje político que se pretendía enfatizar en la narración, ha tendido a prestar más bien atención al retrato de los personajes, y de la interacción entre los mismos, que la narración de la película contiene. Retrato que me parece que resulta en verdad ilustrativa, no tanto desde un punto de vista directamente político, sino desde el de la fenomenología sociológica (aunque, desde luego, con obvias implicaciones políticas).

En efecto, desde este punto de vista, lo que en el fondo se narra es la manera en la que se construye (aquí: dentro del furgón policial) una comunidad. Una comunidad se construye fijando las diferenciaciones internas (de "identidad") dentro del grupo de individuos que la componen, estableciendo canales de comunicación y de interacción entre los grupos sociales así constituidos en la misma y marcando fronteras (teóricamente infranqueables) con l@s extrañ@s.

No otra cosa hacen, en realidad, los personajes de Eshtebak: forzados por azar -haber sido detenidos- a encontrarse y a compartir un mismo espacio físico, después de las inevitables tensiones iniciales, todos los personajes (con diferentes grados de vacilación o de convencimiento, y de rapidez, dependiendo de la caracterización psíquica que -con pinceladas un tanto tópicas- la narración les atribuye) van ubicándose en el espacio (no sólo físico, sino también) social que allí se crea. Y van aprendiendo a normalizar y estandarizar sus relaciones, dentro de cada grupo diferenciado (islamistas, laicos, soldados, varones, mujeres,...), pero también con los demás. Y a reforzar su cohesión interna, en tanto que comunidad, por el empeño común en eludir los peligros exteriores presentidos, representados por la represión policial, pero también por la confusión de bandos dentro de la ciudad y por la ceguera de la violencia política desatada en la ciudad (El Cairo), que, llegado el caso, es incapaz de distinguir entre amigos y enemigos.

De este modo, Eshtebak aparece (más allá de su mensaje político) como un retrato ajustado -pese a la convencionalidad de los medios empleados para representarlo- de la fenomenología micro-social. Tal es, me parece, el mayor valor de esta película, contemplada fuera del contexto original (Egipto) en el que fue concebida.




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