"Todo
lo que es realmente moral comienza cuando la moral ha sido eliminada. La
mezquindad de las normas racionales no es en ningún lugar más evidente que en
la condena del vicio –esa expresión de la tragedia carnal causada por la
presencia del espíritu en la carne. Pues el vicio implica siempre una huida de
la carne fuera de su fatalidad, una tentativa de romper las barreras que
contienen los impulsos pasionales. Un tedio orgánico conduce entonces los
nervios y la carne a una desesperación de la que sólo pueden escapar ensayando
todas las formas de la voluptuosidad. En el vicio, la atracción por las formas
diferentes de las normales produce una inquietud turbadora: el espíritu parece
entonces transformarse en sangre, para moverse como una fuerza inmanente a la
carne. La exploración de lo posible no puede realizarse, en efecto, sin la
ayuda del espíritu ni la intervención de la conciencia. El vicio es una forma
de triunfo de lo individual; y ¿cómo la carne podría representar lo individual
sin un apoyo exterior? Esta mezcla de carne y de espíritu, de conciencia y de
sangre, crea una efervescencia extraordinariamente fecunda para el individuo
víctima de los encantos del vicio. Nada repugna más que el vicio aprendido,
forzoso y fingido; de ahí que el elogio del vicio sea totalmente injustificado:
como máxima podemos constatar su fecundidad para aquellos que saben
transfigurarlo, hacer desviarse a esa desviación. Cuando se lo practica de
manera brutal y vulgar, no se explota más que su escandalosa materialidad, desdeñando
el estremecimiento inmaterial en el que reside su calidad. Para alcanzar
ciertas alturas, la vida íntima no puede prescindir de las inquietudes del
vicio. Y ningún vicioso debe ser condenado cuando, en lugar de considerar el
vicio como un pretexto, lo transforma en finalidad."
E. M. Cioran, Pe culmile disperării (=En las cimas de la desesperación)