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domingo, 28 de agosto de 2016

Juste avant la nuit (Claude Chabrol, 1971)


La contemplación de Juste avant la nuit resulta impactante por la notable capacidad de Claude Chabrol para acometer una filmación extremadamente fría, racionalista y depurada de cualquier énfasis o evidente emoción en torno a unos temas tan propicios a tales excesos como son los del crimen y la culpa. En efecto, Chabrol opta por construir unos planos en los que se adopta una distancia respetuosa en relación con las escenas y los personajes y prefiere emplear ligeras panorámicas de reencuadre, antes que recurrir al montaje, para hacer seguimiento de las escenas. Todo ello conduce a producir un efecto de enfriamiento en la narración de una historia tan preñada, en principio, de emocionalidad como debería serlo la que en la película se cuenta; a contemplar el crimen y la culpa en el medio burgués con un afán casi "entomológico".

Porque, precisamente, de eso se trata en la película. De diseccionar al medio social burgués (en sentido sociocultural: profesionales liberales, con elevados ingresos, buen nivel educativo y acopio de bienes posicionales, de capital social y de prestigio) más respetable, de sajarlo y de hacer explotar, en la pantalla, delante de l@s espectador@s, algunos de sus abscesos más purulentos. Aquí, se trata ante todo de la represión del deseo y de la "perversión" como herramientas básicas de la respetabilidad burguesa. Pero también de la negación de que el delito -en sentido legal- burgués pueda o deba ser reconocido -y tratado- como tal, desde el punto de vista social. De hipocresía, pues, en suma.

Porque las paradojas de la historia que protagoniza Charles (un fascinante Michel Bouquet), pero también su familia y amigos, todos ellos pertenecientes al mismo medio social, "respetable", encarnación -se supone- de todos los mejores valores de la sociedad burguesa, se derivan tanto de la incapacidad para reconocer abiertamente las mentiras y oscuridades en las que se apoya su aparente respetabilidad, como de la necesidad que sienten todos ellos de cerrar los ojos ante esa realidad evidente, por más que les estalle delante de los ojos. Así, Charles es a la vez autor y víctima: autor de un crimen, sí, pero también víctima, de un medio social construido sobre la falsedad y el autoengaño. Que, justamente porque es incapaz de seguir engañándose, porque se reconoce como lo que es, un asesino (y un hipócrita), se convierte en una auténtica bomba de relojería para todos los que le rodean. Alguien peligroso, que debe ser eliminado, y silenciado, en pro del bienestar colectivo. De preservar la mentira y la comodidad generales.

La película es, así, un puñetazo en pleno rostro. Precisamente, porque la narración de tamañas monstruosidades morales pasa en todo momento por la más absoluta contención y comedimiento en el plano formal: expresar el horror mediante planos cartesianos y calmados. Dejar que lo terrible de cuanto se contempla penetre, de manera lenta e irresistible, en nuestra mente, forzándonos a reconocer la presencia de lo siniestro en vidas tan cotidianas, tan (aparentemente) "limpias", que tan fácilmente podrían ser las nuestras...

Es posible ver la película completa aquí:




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