La última película estrenada por Noah Baumbach constituye una operación narrativa ciertamente singular, al menos desde dos puntos de vista.
En primer lugar, porque parecería -al menos, en un primer vistazo, superficial- que Mistress America constituye, en el plano argumental, el reverso de su anterior película, While we're young (2014): enfrentamiento entre personajes jóvenes y personajes más adultos, búsqueda de la felicidad y del "sentido de la vida", etc. Parecería, pues, que nos hallásemos ante un auténtico díptico en torno a estos temas.
Y, sin embargo, lo cierto es que la mayor singularidad de la película no se halla en su temática, en su trama o en sus personajes (en último extremo, banales). Sino, ante todo y sobre todo, en la operación narrativa que en ella se perpetra. En efecto, Mistress America viene a ser una suerte de adaptación cinematográfica del relato que Tracy (Lola Kirke), a lo largo de la diégesis, elabora, inspirada por la personalidad de su futura -y frustrada- hermanastra, Brooke (Greta Gerwig), a la que acaba de conocer.
Pero, puesto que el relato va siendo elaborado por Tracy a partir de la experiencias que vive al lado de Brooke (experiencias que, precisamente, nos relata la película), resulta que, entonces, la película es al mismo tiempo la puesta en imágenes de dicho relato y, simultáneamente, el conjunto de imágenes a partir de las cuales Tracy halla las palabras con las que describirlas, y narrarlas, en su pieza literaria.
Origen, pues, y producto de la narratividad. Resulta interesante, en este sentido, el papel que cumple la voz over de Tracy: comentarista de lo que las secuencias audiovisuales que estamos presenciando, sí, pero... ¿desde dentro o desde fuera de la diégesis? ¿Se trata de Tracy-personaje (de la narración cinematográfica... que, a su vez, pone en imágenes un relato literario... o lo inspira) o de Tracy-narradora?
Justamente, esta dualidad -esta ambigüedad- en torno a la voz narrativa es lo que vuelve interesante la película, y digna de reflexión.