El otro día pude disfrutar de una de las experiencias más vivificantes que recomiendo siempre a quienes nos las damos de "cinéfil@s": acudí a ver Zootopia (Byron Howard/ Rich Moore/ Jared Bush, 2016) en la primera sesión de tarde. Cine de animación, pues, de vocación mayoritaria y orientado en principio hacia el público infantil. Por consiguiente, la vi rodeado fundamentalmente de niñ@s y de sus padres y madres y acompañantes adult@s.
Mi experiencia tiene que ver con la observación de las reacciones infantiles ante la película y la reflexión en torno a las mismas. En particular, yo tenía justamente a mi lado a un par de niñas bastante pequeñas, acompañadas de quien supongo que era su padre. La más pequeña de ellas, que tendría tan sólo unos tres o cuatro años de edad, se pasó buena parte de la película asustada, con los ojos cerrados, en brazos de su padre, sin atreverse a mirar a la pantalla. Y, en cualquier caso, ni ella ni su hermana (ni, tengo la impresión, buena parte del resto del público infantil presente, por debajo de una cierta edad: no lo sé, ocho o diez años, supongo) eran capaces de seguir el argumento, por lo que simplemente contemplaban (extasiadas, eso sí... cuando no estaban asustadas y con los ojos cerrados) las coloristas imágenes de la película.
Como resultará obvio a cualquier lector(a), incluso aunque no la haya visto, el argumento en cuestión es uno sencillísimo, con un mensaje más o menos simplista sobre la aceptación de la diversidad y la integración de las minorías, y el respeto a los procedimientos democráticos y contra el abuso de poder, ejemplificado en una ciudad habitada por diversas especies animales en convivencia pacífica (en principio).
Dos reflexiones extraigo -por ahora, al menos- de mi experiencia:
1ª) A veces somos incapaces de recordar cómo era el cine (comercial) antes de volverse un espectáculo que pretendiese competir con los videoclips, los videojuegos y los parques de atracciones. En efecto, hay que contemplar el miedo de esa niña espectadora novata ante las inocentes escenas de violencia de Zootopia para poder recordar como se mrece el hecho de que aun el cine contemporáneo más adocenado (en el plano temático) resulta, sin embargo, extraordinariamente agresivo desde un punto de vista formal. Que apenas existe hueco, en ese cine comercial, para un cine tranquilo, especialmente cuando va orientado hacia un público infantil, adolescente o juvenil.
Lo que, por cierto, posee connotaciones de exclusión cultural: la estética de atracciones en las que dicha agresividad visual se apoya va destinada a atraer a cierto tipo de público, aquel que cuenta con el poder (económico y de decisión) sobre qué película ir a ver (al cine del centro comercial, el fin de semana, con toda la familia). Eso es, a padres, madres y adolescentes. Excluyendo, pues, la relevancia de otr@s espectador@s, cuyo sentido del gusto apenas cuenta en el diseño de dichos productos audiovisuales: el miedo del niño o de la niña pequeños, como el aturdimiento del/la abuel@ ancian@ o de la persona discapacitada... que son arrastrados al cine, a ver aquella película que otro u otra decide en su nombre. Películas, pues, diseñadas para satisfacer gustos dominantes (en el sentido más político y económico de la expresión).
2ª) Otra vez, sólo esta estrategia comercial (que, a la vez, lo es también, como señalaba, de exclusión cultural) justifica el rasgo muy notorio, y por lo general estéticamente deleznable, de que películas que en principio poseen una clara vocación de ir destinadas a un público predominantemente infantil se llenen, en su argumento y en el diseño de escenas, de personajes, de espacios y decorados, de la ambientación musical intra y extradiegética, etc., de "guiños cómplices" a productos y expresiones culturales propios del público con poder de decisión. Podríamos llamarlo "efecto Shrek" (haciendo referencia a una saga de películas que, de manera verdaderamente "ejemplar", usaba y abusaba de este recurso): películas dirigidas en teoría a l@s niñ@s, pero que verdaderamente no están pensadas para ell@s (que apenas son capaces de entender la mitad de cuanto se narra, que jamás entienden las alusiones o citas "ingeniosas", que se asustan o sobresaltan con muchas de sus escenas...), sino para quienes les conducen hasta las salas de cine. Y que, por ello, se conforman con proporcionar al niño o niña un entretenimiento simplista, puro escapismo, a base de luces, ruido y colores, mientras que reserva la capacidad de representación cinematográfica para atraer y retener a quienes tienen el poder de decisión, a los adultos.
Así pues: sí, también en una aparentemente anodina producción de Walt Disney Animation Studios, y en la molicie de una sala de cine de provincias un sábado por la tarde, es posible buscar interpretaciones socioculturales estética y políticamente relevantes. Y las conclusiones no son, me parece, nada halagüeñas. Pero, ¿quién alzará su voz para defender el derecho de l@s niñ@s -sobre todo, de l@s más pequeñ@s- a ser receptor@s de un cine pensado principalmente para ell@s, no sólo como excusas para los hábitos de consumo de sus padres, sino como auténticos destinatarios de obras culturales relevantes (para ell@s)?