Me aproximé con mucho interés a este libro (¿crónica, reportaje, libro de entrevistas,...?), en cuanto fue traducido al castellano (Acantilado, 2015), porque aborda cuestiones que me resultaban -y me siguen resultando- intrigantes, tanto en términos teóricos como en términos políticos. La primera, más política, era y es: ¿qué significa verdaderamente haber vivido en un sistema político que se reclamaba socialista y fiel a los valores morales y políticos del socialismo, y que proclamaba además su aspiración de llegar algún día a construir una sociedad auténticamente comunista? Me parece que, para -como es mi caso- una persona con convicciones políticas izquierdistas y procedente de la tradición marxista se trata de una pregunta altamente relevante.
Pero también existía y existe por mi parte -más allá de la política- una inquietud teórica más genérica, antropológica, se podría decir: relativa a los modos en los que se puede experimentar desde dentro y en carne propia los procesos de transformación social, especialmente los más radicales. En este sentido, lo sucedido en la Unión Soviética a lo largo de los años 90 del pasado siglo, con una combinación entre desmantelamiento de un régimen político, relevante desintegración territorial y proceso de (contra-)reforma social y económica (privatizaciones, surgimiento de las clases sociales, de una clase capitalista oligárquica, etc.), constituye un ejemplo paradigmático de los procesos de esa índole. Y, por ello, poder aproximarse a las experiencias subjetivas de quienes vivieron en sus propias vidas dicha transformación resulta siempre un privilegio para quien -como es también mi caso- esté interesado en las ciencias sociales.
El libro de S. A. Aleksievitch, en este sentido, opta (en la línea de lo que, al parecer, constituye el método habitual de trabajo de la autora) por dar la palabra a un amplio elenco de personajes para que cuenten sus historias personales y sus sentimientos ante lo vivido y ahora rememorado. Historias casi siempre tristes, sensaciones agridulces: de fracaso, de rencor por lo perdido, de nostalgia por los tiempos de ilusiones (para un@s, los del régimen socialista, para otr@s, los de la reforma política de Mijail Gorvachov, para otr@s más, los del inicio del nuevo régimen demoliberal), de desengaño,...
La gran mayoría de los personajes que hablan son mujeres: hablan de ellas, pero también de sus familias (maridos, hijos e hijas), de sus amig@s, amantes, compañer@s (de trabajo, de militancia). Y, con sensibilidad característicamente femenina, esbozan y construyen, ante nuestros propios ojos (que recorren las palabras con las que lo van haciendo), sus subjetividades: cómo deben sentir(se), de una parte, y cómo se sienten en verdad, de otra (ambas cosas no siempre coinciden, y las interlocutoras acusan amargamente muchas veces la contradicción...), ante lo que narran y pretenden haber vivido, experimentado, tiempo atrás.
Se trata, pues, de un libro de memorias. Memorias múltiples, que, a modo de un gran retablo, combina multitud de memorias individuales, con la pretensión de retratar más fiel, más completamente, un panorama de recuerdos predominantes en el imaginario colectivo. Memorias también eminentemente subjetivas, emocionalmente cargadas, en las que se combinan todo el tiempo relatos de lo vivido con confesiones acerca de lo sentido -entonces y ahora- en relación con aquello.
En última instancia, el libro es el retrato de un auténtico trauma colectivo, de una sociedad traumatizada, por la distancia existente entre los sueños compartidos (de emancipación, de democracia, de felicidad) y la experiencia realmente vivida (experimentada como un auténtico engaño, del que ninguno de los personajes logra salir indemne, ni moral ni psicológicamente).
Porque, justamente, acaso lo que en la lectura, desde aquí y desde ahora, de esta obra pueda llamar más la atención es enfrentarse a una sociedad y a una ciudadanía -la soviética de antes del cambio de régimen- hondamente arraigada en su fe en la palabra. Que apenas llegaba a imaginar que las grandes palabras ("libertad", "derechos humanos", "democracia", "humanismo", "sociedad desarrollada", "Estado del bienestar", etc.) podían ser tan sólo palabras, convertirse en meros embelecos para disfrazar ideológicamente un régimen de dominación diferente al socialista, pero no necesariamente mejor.
En efecto, a pesar de las décadas de propaganda estatal mendaz acerca los "logros del socialismo" y la "democracia socialista", prácticamente todos los personajes del libro acaban por revelarse con un@s auténtic@s ingenu@s: personas que estaban acostumbrados a sustituir la palabrería del régimen soviético por otras grandes palabras (las "palabras mágicas de la democracia", o bien la fe en que detrás de la palabrería sobre el comunismo había verdaderos ideales ocultos). Y que descubrieron, a su costa, que todas ellas, en su aplicación a la nueva política rusa, eran tan mentirosas como lo habían sido las antiguas. Descubrieron, en suma, el desencanto de saberse encadenad@s a la dominación (ahora, de una nueva oligarquía -no tan nueva, en realidad, puesto que prácticamente toda ella procedía de la nomenklatura del viejo régimen) sin remedio. Y, ahora ya, además, sin la esperanza de que una nueva utopía les pueda estar esperando a la vuelta del futuro. Porque, ¿qué es lo que queda cuando la sociedad ideal y deseada, la alternativa al duro presente, se revela un engaño?
Cómo tiene lugar el desencanto político de todo un pueblo, su caída desde la ilusión hasta la desesperanza: tal es la historia que este libro narra. Una historia que hace que sus personajes se revuelvan y se agiten, entre palabras de desengaño y de rencor. Pugnen aún por resistirse: un@s, fieles aún a sus viejos ideales comunistas; otr@s, ejercitándose en el cinismo; l@s menos, reconociendo abiertamente su fracaso y resignándose a él. Y, en todos los casos, confesándoselo, con una sinceridad verdaderamente sorprendente, a su entrevistadora, que procede luego a componer su obra, como una sucesión de confesiones parciales, que componen un cuadro global en extremo revelador. Y también, desde luego, francamente desolado.