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jueves, 24 de marzo de 2016

B (David Ilundain, 2015)


B adapta el texto teatral del mismo nombre de Jordi Casanovas, a su vez basado en la declaración judicial de Luis Bárcenas ante el juez de instrucción de la Audiencia Nacional en la que cambió su versión de los hechos que se le imputaban, pasando ahora a reconocer abiertamente la autenticidad de la documentación (las hojas de la contabilidad B) publicada en la prensa y el hecho de que el Partido Popular venía manteniendo una contabilidad y una caja B, con ingresos (procedentes de donativos ilegales) y gastos no declarados.

Toda la película -al igual que la obra teatral- transcurre, en unidad de tiempo, espacio y acción, durante el trascurso (poco más de una hora) de la declaración judicial del imputado en la pequeña sala de vistas, interrogado primero por el juez y luego por las acusaciones. Consistiendo, pues, únicamente en una sucesión (y un descanso entremedias) de preguntas y respuestas, más alguna aclaración, malentendido y gesto expresivo, antes o durante la conversación.

Como podría parecer "natural" (conforme al canon estético dominante en el cine contemporáneo), la puesta en forma cinematográfica de una historia como la que se acaba de describir someramente se caracteriza por el dominio absoluto de la dialéctica plano/ contraplano: planos cortos (la pequeñez del espacio que se representa -la angosta sala de vistas- parece obligar a ello) y de breve duración. Compuestos con un montaje que se pretende "ágil": esto es, en el que a cada pregunta o respuesta le corresponde su propio plano. Planos que enfocan al personaje que habla con una angulación normal, pero casi siempre con una perspectiva oblicua. Que colocan en el centro del plano a quien habla, pero que siempre recogen, en las esquinas, espaldas o cabezas del interlocutor y/o de alguno de los espectadores.

En el fondo, se trata -o, al menos, debería tratarse- de la representación de una opacidad: sabemos que el personaje Luis Bárcenas (Pedro Casablanc), al igual que la persona real acusada de corrupción, cambian de versión en sus declaraciones judiciales, y mantiene luego que lo que antes dijo era falso y que, en cambio, lo que ahora declara es la verdad y toda la verdad a su alcance. Y que sugiere que este cambio obedece a las amenazas de que ha sido objeto (y, hay que suponer, también de la falta del respaldo que esperaba) por parte de sus ex compañer@s de partido. Sabemos que tal es su pretensión, que lo creamos. Pero, en realidad, y aun cuando podamos sospechar (por indicios obrantes en la causa y en las investigaciones periodísticas, de general conocimiento en España ahora mismo, aunque no aparezcan en la narración) que ello es verdad (parte de la verdad, al menos), no tenemos manera de estar seguros, puesto que el personaje resulta, en verdad, impenetrable. Tal es la enseñanza de la historia narrada: si, para conocer la verdad, hemos de ponernos en manos de testigo tan poco fiable y tan interesado, estaremos vendid@s. Necesitamos otras vías de acceso a la verdad, diferentes.

La pregunta, no obstante, es si las reflexiones anteriores pueden ser deducidas de manera suficientemente plausible a partir de la narración contenida en B. Para empezar, porque, como acabo de señalar, la película parece difícilmente inteligible sin un conocimiento -siquiera sea general, pero en todo caso actual- de informaciones muy detalladas, procedentes del universo extrafílmico, acerca de los escándalos de corrupción en el Partido Popular que han salido a la luz durante estos últimos años. Es decir, contemplada con ojos de extraño, B narra en realidad la historia de un mentiroso, apenas creíble, que cambia una historia por otra, tan verosímil, o inverosímil, como la anterior. Y sólo porque nosotr@s (espectador@s español@s del año 2016) sabemos que los indicios existentes (en el universo extrafílmico) apuntan a que la nueva versión es más verdadera (aunque con seguridad no sea toda la verdad) que la antigua podemos recibir la película como una obra de denuncia política. Conclusión que, sin embargo, apenas puede ser extraída plausiblemente si tan sólo atendiésemos -como se debe- a la narración misma. En este sentido, B es, claramente, una obra de arte de circunstancias, oportunista, en el peor sentido de la expresión.

Tanto es así que, acaso desconfiando de la capacidad de la obra para representar y comunicar aquello que se pretende, o quizá tan sólo con el fin de enfatizar retóricamente (y también, diría yo, de un modo un tanto gratuito) la posición moral y política de los creadores de la obra, el director no se priva de introducir en la película, de manera harto llamativa (por lo innecesarios que resultan y porque, además, ponen en cuestión el que se supone que pretende ser el parámetro estético básico sobre el que se fundamenta la formalización de la narración: la "objetividad"), determinados planos "de repercusión": planos en los que (rompiendo con lo que es la regla general en la forma de la película) se enfoca explícitamente a algunos de los personajes secundarios (el encargado de la grabación -¡que, para dejar más clara su actitud, viste una camiseta de Juventud Sin Futuro!-, la secretaria judicial, algunos abogados,...) para atender a sus reacciones (indignadas, sorprendidas, irónicas) ante las declaraciones de Bárcenas. Comentario superfluo, por dramáticamente artificioso y porque, además, distrae de lo que debería ser la cuestión principal en la historia narrada: lo enigmático del testimonio de quien, formando parte esencial de la trama investigada, tiene tanto que ganar, o que perder, según con qué prudencia sea capaz de administrar las verdades que dice y las que oculta, y las mentiras que dice y las que mezcla con verdades, para crear verdades a medias.

En resumidas cuentas: una película más interesante por las sugerencias que apunta acerca del tema tratado (más bien: que es posible entresacar, empleando cierta perspicacia, a partir de la misma) que por su auténtica eficacia como mecanismo narrativo (y representativo). Pues, en este último sentido, las opciones estéticas -de dirección, principalmente- adoptadas resultan, a mi entender, un tanto cuestionables.




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