¿Cómo se construye la subjetividad de la víctima? ¿Cómo la víctima de una violación grave (y, en el caso de Siria, además, masiva, colectiva) de derechos humanos llega a identificarse como tal, a sentir como tal, a ser tal? ¿Cuáles son los recursos de los que se vale para ejercer, y manipular, su propia identidad? Puesto que, en efecto, nadie nace sintiéndose víctima: la victimización es un proceso social, que es experimentado por el individuo como tal y que transforma su subjetividad originaria...
Ma'a al-Fidda viene a responder, con recursos exclusivamente cinematográficos, a tales cuestiones, de manera al tiempo conmovedora, pero también realista. En efecto, la película combina amplia y poderosamente los puntos de vista de sus dos co-director@s, en situaciones subjetivamente afines, pero radicalmente diferentes en términos objetivos: mientras que Ossama Mohammed construye su narración desde el exterior de Siria, como un exiliado, un refugiado, que contempla en la distancia el horror de violaciones masivas de derechos humanos en las que se halla instalado su país; Wiam Simav Bedirxan, por su parte, sigue viviendo dentro, en Homs, experimentando, pues, la guerra y el horror en directo y cotidianamente.
Esta alternancia de puntos de vista -y la dialéctica a que ello da lugar- se plasma en la película tanto en sus formas visuales como en la banda sonora (dominada por la voz over de amb@s narrador@s). En el caso del exiliado, del refugiado, su conexión con la realidad del horror sirio viene dada por el contraste, vivísimo y doloroso, entre su alejamiento físico y su, sin embargo, evidente proximidad emocional a lo que está sucediendo. Ello se concreta en su imperiosa necesidad (en el doble sentido, de compulsión, pero también de limitación) de recurrir a las imágenes de la protesta, de la represión y de la guerra que circulan por el ciberespacio. Así, la parte por él narrada abunda en imágenes (reiteradas, de manera obsesiva, en diversas secuencias) extraídas de vídeos amateurs filmados en directo por protagonistas (l@s propi@s manifestantes, las propias víctimas, los propios perpetradores) o por testigos directos y compartidos luego en internet. Imágenes que luego son sometidas a una repetición obsesiva, y a una disección, fundamentalmente desde una perspectiva emocional: ¿qué sienten, qué sintieron, quienes hacen, quienes experimentan, quienes sufren tanto horror? ¿cómo narrarlo, gracias a las imágenes que ell@s mism@s han creado, desde la distancia? ¿cómo convertirse, seguir siendo, desde la distancia, un narrador empático y aferrado a la vida que se retrata?
En cambio, la experiencia audiovisual de Wiam Simav Bedirxan que la película nos narra resulta mucho más simple, bien que igualmente tensa y dolorosa: se filma, se narra de manera audiovisual, para seguir viviendo. Para construir una subjetividad y una memoria, individuales y colectivas, de cuanto se está experimentando. Para dotarlo de relevancia y que no caiga en el olvido. Para comunicarlo, compartirlo, hacerlo historia. Se filman escenas cotidianas de una ciudad atrapada en la guerra y la represión: cadáveres, amputaciones y destrucción, pero también niños perdidos, flores y gatos y perros abandonados; heridas y ruido de bombas; soldados y policías, civiles huyendo; el propio espacio (¿el propio hogar?), provisional, en el que se está viviendo y experimentando todo aquello que se narra.
Esta parte de la película es comentada por la voz narrativa de la propia co-directora, que se pregunta sobre sus emociones, sobre sus razones, para seguir viviendo así ("¿por qué no huyes?", es la pregunta culminante), sobre su miedo. Que dialoga con Ossama Mohammed, a quien cuenta sus pensamientos, a quien pregunta, a quien interpela,... Estableciendo así un canal de comunicación, entre las imágenes de la cotidianidad de la guerra y la represión y aquellas otras mucho más identificativas y simbólicas. Entre la visión desde la distancia (que, naturalmente, se concentra en lo más prominente) y la visión próxima, más prosaica. Visiones que no siempre coinciden o se superponen.
Así, a través de esta dialéctica (tanto de las imágenes como de las reflexiones verbales que ellas suscitan a l@s dos narrador@s), la película viene a ofrecernos un panorama global (uno de los mejores que nunca haya visto yo) de lo que es -y de cómo llega a ser- la subjetividad de una(s) víctima(s) de violaciones de derechos humanos. Que no se corresponde con las presentaciones (generalmente maniqueas y sensibleras) más habituales, sino que resulta siempre necesariamente compleja: puesto que la víctima no sólo lo es, sino que, en tanto que sujeto, es también muchas más cosas (mujer o varón, espos@ o no, padre/madre o no, profesional, ciudadan@,...), su subjetividad por su condición de víctima resultará siempre bastarda, entremezclada, contradictoria. Atravesada, pues, por una tensión irreprimible. Tensión que sólo unas formas audiovisuales tan ricas, complejas y trabajadas como las que una película como Ma'a al-Fidda maneja son capaces de expresar y de representar.