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martes, 6 de octubre de 2015

Anime nere (Francesco Munzi, 2014)


Anime nere es una película que narra una historia perteneciente al universo de la 'Ndrangheta calabresa. Pero lo peculiar -y lo verdaderamente interesante- de la película estriba en la manera (tanto dramática como visual) que adopta la aproximación al tema tratado.

En efecto, en la película de Francesco Munzi hay, como acostumbra en las películas con esta temática, homicidios, rencores inmemoriales entre familias, funerales, promesas de venganza, etc. Y, sin embargo, la opción de los guionistas y del director se inclina más bien por atender a lo que acaece dentro de la intimidad de la familia que se encuentra en el centro de este tráfago de violencia y desasosiego.

De este modo, la composición visual de la obra, sin prescindir por completo de las convenciones propias del cine de gangsters (en sus -escasas- escenas de acción y de conversaciones entre compinches, principalmente), extrae más bien sus recursos estilísticos de la retórica visual del melodrama más oscuro. (Esto, por lo demás, no es novedad: ya Francis Ford Coppola, en numerosas escenas de sus tres partes de The Godfather, recurría a tales recursos, bien que con una intención expresiva completamente distinta.) Así, nos encontramos con numerosos planos cerrados sobre personajes que intentan asimilar su dolor en habitaciones cerradas, con una iluminación escasa y concentrada en avivar la expresividad de los rostros de l@s intérpretes. Y con una banda sonora con numerosos silencios, diálogos escuetos y un uso muy moderado de la música extradiegética.

¿Y qué es lo que se halla, cuando se vuelve el foco (no hacia la presencia pública, sino) hacia la intimidad de una familia vinculada a la 'Ndrangheta? Se halla, por supuesto, dolor ante las muertes de seres queridos, rabia. Se halla la consabida separación de roles de género, entre unos varones dedicados a ganar dinero y a defender a la familia y unas mujeres encargadas de la reproducción y de los cuidados, y de llorar a los muertos.

Pero, además de estas cosas ya consabidas, la mirada que Anime nere extiende sobre dicha intimidad permite revelar más, y más interesante. De una parte, en pocas películas como en esta se ha puesto tan de manifiesto el modo en el que el discurso de la violencia y de la venganza de los agravios operan como parte de un dispositivo de poder, en el que la ideología (familiarista, del "honor", etc.) recubre una lógica (que en realidad es esencialmente instrumental, de dominación. Y es que los muertos propios se convierten para la organización (la "familia", no entendida en términos puros de parentesco, sino una organización más compleja, político-económica: con funciones de organización del poder y de la producción y distribución de recursos para/ entre sus miembros), ante todo y sobre todo, en recursos de capital social: en recursos para cohesionar la propia organización y legitimar sus actuaciones de cara a terceros.

Resulta, así, palpable en las escenas íntimas que la película retrata, de duelo por la muerte de uno de los hermanos a manos del rival, cómo el duelo es elaborado de tal manera que apenas importan los sentimientos íntimos de cada uno, sino únicamente aquellos que resultan socialmente aceptables, que se avienen a la lógica instrumental señalada. Así, en realidad, la muerte del hermano se convierte sobre todo en una herramienta más dentro de la estrategia de la familia.

Algo que a los más jóvenes de la familia les cuesta entender, embebidos de la ideología de honor y venganza, que toman por lo que no es (por un discurso pragmático, que pretendería guiar la propia acción), abocándose a una muerte absurda.

Y algo que puede -que debe- ser  puesto en cuestión. Pues, si (como reza la ideología mafiosa) la violencia soportada demanda una respuesta también violenta, ¿por qué siempre y en todo caso una medida y dirigida contra el poder de la organización económica y políticamente rival? ¿Por qué, pues, una violencia tan preñada de connotaciones pragmáticas? ¿Por qué no una violencia puramente expresiva, aquella que parecería más natural, si lo que se trata es de dar forma (violenta) a sentimientos hondos, íntimos, personalísimos?

Tal es el dilema que viene a colocar sobre el tapete la reacción -inusitada, conforme a las convenciones- de Luciano (Fabrizio Ferracane), el hermano que rechaza la lógica mafiosa: violencia puramente expresiva, emocional, frente a violencia que, bajo su apariencia expresiva, sigue obedeciendo a una lógica de dominación. Violencia, la primera, que, si no libera, tiene al menos la virtud de resultar humanamente espontánea, de originarse en sentimientos en los que la víctima vindicada es puesta por delante de cualquier otra consideración. No así la segunda, la violencia mafiosa ordinaria, siempre instrumental en el fondo, aun cuando se resguarde tras las vestimentas de una ideología de honor. Una violencia esta última que no libera, que preserva la dominación... y el sufrimiento de quienes -como ocurre en la película- se ven atrapados en sus estructuras, sin posibilidad alguna de escape.




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