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viernes, 4 de septiembre de 2015

The young lovers (Anthony Asquith, 1954)


Aunque usualmente no seamos conscientes de ello, cualquiera que se haya visto enredado en una aventura amorosa recordará la cantidad de triquiñuelas que tuvo (tuvieron) que emplear para poner mantener su relación: llamadas a deshoras y en lugares insólitos, citas en lugares insospechados, palabras entredichas, gestos y miradas fugaces, ocultamiento, misterio,...

...justamente, el mismo tipo de actividades, de reticencias, a las que se entregan también en su vida diaria los espías. La trama de The young lovers opera, precisamente, a partir de este paralelismo: una pareja en formación, de orígenes diversos y contrapuestos (rusa y norteamericano, en plena "guerra fría"), se ve obligada por ello a todo tipo de subterfugios para mantener su amor... y es tomada por una conspiración de espías, por los dos bandos de los que proceden y a los que se supone que pertenecen.

Así, la paradoja, y lo interesante, de la película estriba en el hecho de construir un drama romántico mediante los recursos estilísticos propios del cine de intriga. Los encuentros entre los dos amantes, el énfasis visual en su entusiasmo amoroso, pertenecen sin duda al primero de los géneros. Pero, en cambio, el curso de las vicisitudes que les conducen a tales encuentros, y la visión que desde fuera todos tienen de su relación, son mostrados a través de los estilemas del cine de intriga, con sus formas visuales características: planos de vigilancia, persecución y huida, lugares de encuentro sombríos, personajes ocultos a la espera y al acecho, planos subjetivos de sospecha, etc.

Una peculiar mixtura genérica (al servicio de un mensaje humanista), que merece una revisión.


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