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jueves, 3 de septiembre de 2015

¿Quién tiene derecho a llorar por un niño muerto?


A lo mejor es que soy un poco pejigueras pero, como activista de derechos humanos, una vez más me vuelve a resultar francamente insoportable el griterío escandalizado que, en medios de comunicación, declaraciones públicas de líderes políticos y redes sociales, nos sofoca hoy en relación con las muertes de refugiad@s a las puertas de la Unión Europea. Ahora resulta que, al parecer, tod@s l@s europe@s son solidari@s, que nadie es racista, que todo el mundo está muy compungido, que todo el mundo ofrece su casa para acoger a un refugiado,...

Yo llevo años y años en la calle, recogiendo firmas por los derechos de las personas refugiadas (y otras tragedias de derechos humanos semejantes) y soportando la indiferencia, cuando no los comentarios racistas, de tanta gente: "no es nuestro problema, hay que arreglar primero lo de aquí, nos quitan el trabajo, bastante mal estamos,...". Eso, claro, por no hablar de la actitud de l@s líderes polític@s, para los que ir a hablarles de los derechos de refugiad@s o migrantes (o, en general, de cualquiera que no pueda votarles o no vaya a votarles) es como ir a hablarles de la vida en Marte: algo completamente fuera de lugar, por lo que te contemplan con absoluta conmiseración.

Ahora, los medios de comunicación y las redes sociales crean una ilusión de solidaridad, falsa. Bien está, si, aunque sea a base de demagogia llorica, podemos sacar algo de un@s gobernantes que desearían que el niño dichoso se hubiese hundido en el mar, que nadie le hubiese fotografiado, para poder seguir haciendo lo que vienen haciendo desde siempre: construir alambradas, poner guardias, expulsar de modo sumario a cualquiera que sea localizado, subcontratar el control de fronteras a terceros países y a empresas privadas, impedir que nadie pueda siquiera solicitar asilo, denegárselo cuando lo solicitan,...


Una actitud que, por cierto, parece ser aprobada por buena parte de sus votantes. Que ahora hacen ruido en las redes sociales, cuelgan fotos conmovedoras, se rasgan las vestiduras, como buenos farise@s, y se proclaman más solidari@s que nadie... hasta que alguien vuelva a recordar (pasados unos días, por supuesto, hay que guardar las apariencias) que la acogida cuesta dinero, que "la sanidad se colapsa", que el paro en España es altísimo, que se está favoreciendo la infiltración de "terroristas", o cualquier otra lindeza.

Porque, no nos engañemos, l@s racistas y l@s indiferentes siguen siendo mayoría abrumadora. Están ahí mismo: agazapad@s, esperando. Porque tenemos un gravísimo problema, nunca aceptado y siempre orillado, de (falta de) educación en derechos humanos.

En una palabra: no soporto tanta cháchara de quienes apenas deberían tener derecho moral a hablar. Sólo otorgo ese derecho a las propias víctimas (a las que, por cierto, rara vez se escucha, entre tanto guirigay ternurista). Y a l@s defensor@s de derechos humanos, que llevan -llevamos- años denunciando, argumentando, intentando convencer a quienes mandan, cambiar las leyes, las políticas, etc. mientras la mayoría de los políticos y la mayoría de la ciudadanía procuraban ignorarnos. Que no descubrimos el problema ayer por la tarde, ni pensamos olvidarnos de él pasado mañana.

L@s demás, si tuvieran un poco de decencia, estarían mejor calladit@s: tragándose en silencio los cadáveres que han contribuido a generar. L@s un@s (líderes), con sus políticas; l@s otras (ciudadan@s), con su consentimiento o -en el "mejor" de los casos- con su indiferencia.

Pero no, no caerá esa breva: aquí todo el mundo es, por supuesto, libre para decir lo que le apetece y para colgarse el disfraz que cada día toque. Aquí nadie es responsable, en esta Europa de cobardía y miseria moral.

estoy seguro de que, mañana, cuando vuelva a salir a la calle con mi mesa y mi hoja de firmas, much@s de quienes hoy lloriquean en facebook y en twitter (de l@s líderes polític@s mejor no hablamos...) volverán a negarme su firma, mirarán para otro lado y se irán "a sus asuntos". Que, desde luego, seguirán sin ser los derechos humanos.


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