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jueves, 27 de agosto de 2015

The office (Ricky Gervais/ Stephen Merchant, 2001-2003)


Los episodios de The office, presentados a la manera de -falsos- documentales (mockumentaries), se adscriben explícitamente al género de la comedia: primero, indudablemente, en la virtud de la personalidad del actor (el propio Ricky Gervais) que encarna al protagonista principal, conocido actor cómico la televisión del Reino Unido ya antes de iniciar la serie, David Brent; pero, además, porque es evidente el tono de parodia desopilante con el que tanto dicho personaje como otros (en especial, el de Gareth Keenan -Mackenzie Crook) son tratados a lo largo de toda la serie.

Sin embargo, si The office fuese únicamente una sátira acerca de jefes egotistas y sin sentido de la realidad ni del ridículo, o sobre subordinados sumisos, tiralevitas y algo trastornados (combinada, para aligerar, con una subtrama amorosa entre otros dos emplead@s de la oficina), apenas poseería interés, por manida en sus intenciones cómicas. (De hecho, es ésta una posible línea de lectura... que culminaría del modo más conciliador, y decepcionante, en los dos capítulos extra de navidad producidos y emitidos en 2003, más de un año después de haberse cerrado la segunda y última temporada. En donde -con la excusa del "espíritu navideño"- la parodia deja paso a un tratamiento ternurista y condescendiente de los personajes antes caricaturizados, así como a una resolución también en clave de "final feliz" de la subtrama amorosa.)

Ocurre, sin embargo, que, aunque sea cierto que la lectura de la serie como una mera (y simplista) caricatura de personajes es posible, también lo es que resulta igualmente plausible otra lectura, más subversiva y sugerente, a la que no dudo en apuntarme, porque hace que la serie aparezca como mucho más interesante. Y es que si por algo se caracteriza específicamente la presentación que The office hace de las situaciones y personajes tratados (y la distingue de otras sátiras de corto alcance sobre el tema), es justamente por el hecho de que, en realidad, los personajes de David Brent y Gareth Keenan son tan sólo la expresión más prominente y llamativa de todo un medio social (la oficina y, en general, la empresa privada en la que todos los personajes trabajan y se dejan la vida) aquejado de profundas taras.

En efecto, ¿quién es más necio y más loco en realidad, ese jefe que intenta que en su oficina reine un buen ambiente, que (aun siendo, como lo es, también un egotista, un torpe en las relaciones sociales y alguien con muy poco sentido de la realidad) se revela incapaz de ejercer su autoridad y promover la productividad de su unidad de producción? ¿O lo son más bien l@s emplead|@s "leales" y "diligentes", que se someten impertérritos a los mantras de la retórica empresarial ("espíritu de equipo", "productividad", "eficacia",...), obedecen sin discusión y sacrifican sus vidas -el tiempo de trabajo, la mayor parte de sus tiempos- en el altar de la plusvalía y del beneficio de los dueños?

Al cabo, lo que vuelve interesante a The office no es el retrato satírico de personajes: esto puede, ciertamente, resultar muy cómico en algunas escenas, pero apenas permitiría soportar toda la serie con agrado, dado lo extremo de las caricaturas. No, lo que hace que The office resulte inquietante, y necesaria, es más bien el hecho de que lo que viene a retratar es todo un medio social: la dominación ordinaria, cotidiana (no particularmente violenta, ni humillante). En la que el miedo y la sumisión están tan entreverados ya en las vidas de los sujetos -de l@s trabajador@s- sometidos como para que, en realidad, cualquier alteración de las formas ordinarias de la disciplina (esas que, con su nulo encanto, intenta una y otra vez David Brent... para fracasar siempre de un modo estrepitoso, entre el desprecio de sus subordinad@s, que querrían "un jefe de verdad", y la alarma de la empresa, que desea tener en su puesto a un guardián efectivo de la extracción de plusvalía) sea vista más como una amenaza que como una oportunidad. En la que las existencias de l@s dominad@s están determinadas ya, desde sus propias mentes, por motivaciones, escalas de valores y procesos de toma de decisión en las que la sumisión se da por supuesta.

En este sentido, interpretada así, The office resulta una obra de arte mucho más lúcidamente anticapitalista que cualquier panfleto declaradamente izquierdista con el que podamos toparnos. Además de ser, por supuesto, también mucho más divertida... e intranquilizadora.




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