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sábado, 22 de agosto de 2015

Ernst Jünger: Auf den Marmorklippen


Dos antiguos combatientes de las guerras coloniales, entre "bárbaros", se han retirado a una reposada residencia ("la Ermita") en las afueras de la urbe (una capital asentada sobre valores, morales, cívicos y estéticos, esencialmente clásicos: dedicada a la contemplación y creación de belleza, de conocimiento y de espiritualidad "superiores") a llevar una vida reposada, volcados en el conocimiento, de la naturaleza y de sus misterios. Más allá de la ciudad, está la campiña, habitada por pastores y colonos. Y, aún más allá, el bosque y la montaña, ignotos, se sospecha que peligrosos.

Pero, poco a poco, parecería que la intranquilidad que siempre estuvo representada por el afuera de la ciudad empieza a penetrar en ella. Primero se trata tan sólo de aproximaciones de grupos de "bárbaros", de algunos incendios y asaltos en la llanura colindante. Luego, la intranquilidad se difunde también entre la masa de la población ciudadana. Una masa en la que se comienzan a poner en cuestión, y a invertir, los valores cívicos clásicos, hasta entonces dominantes.

Por fin, tras enfrentamientos entre las fuerzas que intentan conservar el orden clásico y la amenaza bárbara, ésta acaba por triunfar, invadiendo la ciudad (con el apoyo de las fuerzas disolventes que ya habitan en su interior). El resultado final será la destrucción de la civilización clásica, la erradicación del poder (pintado en la novela, amablemente, como influencia espiritual) de los optimates y la imposición de una dictadura puramente por la fuerza de las armas, la única capaz de dominar ya las pasiones de las masas y de oponerse a la potencia sin freno de los bárbaros.

Resumida así la historia narrada en Auf den Marmorklippen queda claro lo que es: una alegoría esencialmente conservadora (acaso la mejor que existe, por mejor elaborada y más expresiva en sus formas), que viene a plasmar de forma abierta el conjunto de temores y terrores que atenazan al pensamiento conservador.

Miedo a las masas y a los pobres, miedo al cambio social y cultural, miedo al mundo exterior, miedo a la "confusión" entre "alta" y "baja" cultura, miedo al cuestionamiento de la autoridad, miedo al desorden, miedo a la pasión y a la autenticidad, miedo a lo desconocido, miedo a la disolución de estructuras y comunidades,...

Magníficamente escrita, con una retórica arrebatadora, muy física, que es capaz de trasladarte, a través de breves pero vigorosas descripciones, al universo que pretende narrar, la novela adquiere su fuerza, me parece, en dos fuentes. De una parte, desde el punto de vista ideológico, en toda la tradición histórica de pensamiento conservador: en Edmund Burke, en Edward Gibbons (su visión sobre la caída del imperio romano resuena ampliamente en las páginas de Jünger), etc. Y, de otra, desde la perspectiva formal, en la capacidad de Ernst Jünger para construir literariamente un espacio físico que representa muy adecuadamente, en términos espaciales, la concepción ideológica que la novela pretende transmitir: la división entre la ciudad y su exterior, el papel de los acantilados de mármol como línea divisoria, la naturaleza fronteriza de la Ermita y del convento del padre Lampros, la función simbólica del bosque y de la alta montaña, la finalización al borde del mar,...

Una novela, pues, plenamente disfrutable, como objeto estético. Y, no obstante, también un objeto de reflexión política: personalmente, a mí me sirve perfectamente para ilustrar todo lo que desprecio en el pensamiento conservador, su obsesión por construir toda una retórica (y, lo que es más grave, una política) del miedo.


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