X

Formulario de contacto

Nombre

Correo electrónico *

Mensaje *

domingo, 5 de julio de 2015

Patrick Leigh Fermor: A time of gifts/ Between the woods and the water/ The broken road


A lo largo de estos meses he ido leyendo estos tres volúmenes -unas mil páginas en total- que narran (de manera inacabada, el autor nunca llegó a revisar y finalizar el último volumen) detenidamente el viaje que Patrick Leigh Fermor realizó a pie atravesando Europa (Holanda, Alemania, Austria, Checoslovaquia, Hungría, Rumanía, Bulgaria) hasta Estambul a comienzos de los años treinta del pasado siglo. (Hay traducción castellana en RBA.)

Como lector de estas obras, uno puede adoptar, creo yo, muy diferentes actitudes. Una, por supuesto, es la puramente hedonista: disfrutar sin más del montón de golosas anécdotas que el autor nos narra, que le fueron ocurriendo a lo largo de los dos años y de los miles de kilómetros de su viaje. Sus encuentros con posaderos, estudiantes, gitanos, pastores, pescadores, carboneros, aristócratas,... Deliciosos, muchos de ellos, divertidos, entretenidos, ilustrativos.

Es una actitud razonable, aunque tal vez algo insuficiente. Porque parece evidente que los tres libros de Leigh Fermor pretendían ser algo más que una mera recopilación de andanzas aventureras y de pintoresquismos. En este sentido, me parece fundamental tomar en consideración dos datos. Primero, que los tres libros (los dos primeros, publicados en vida del autor, y el tercero revisado por él, con vistas a publicarlo, hasta poco antes de su muerte) se redactaron muchas décadas después de transcurrido el viaje, cuando su autor era mucho más mayor, había vivido -y viajado- muchísimo más, y el mundo -y Europa- habían cambiado tanto. Y, segundo, quién es su autor: un individuo perteneciente a la baja aristocracia británica, "rebelde" frente a las exigencias prácticas (carrera universitaria, matrimonio, éxito profesional,...) de su clase, pero compartiendo en última instancia sus valores.

Y es que resulta evidente que el viaje que Leigh Fermor relata no es cualquier viaje: es el de alguien ocioso y con un buen acopio de capital social (respaldo familiar, "respetabilidad" de cara a otros miembros, aun extranjeros, de su misma clase social, contactos y relaciones). Es un viaje pintoresco porque en todo momento está siempre presente -al menos, implícitamente- la posibilidad de retornar al refugio de la propia clase. Y, así, muchas de las escenas narradas no son sino pruebas vívidas de la solidaridad internacional de la clase aristocrática, aún subsistente a pesar de las tensiones a las que la primera guerra mundial la había sin duda sometido, que acoge al viajero como "uno de los suyos". Y así es visto, en todo caso (como alguien perteneciente a la clase alta) por cuantos (campesinos y prostitutas, gitanos y posaderos) con él se relacionan.

Redactadas, como lo fueron, en los años sesenta y setenta (treinta años después, por lo tanto), estas obras expresan una viva sensación de nostalgia, por un mundo ya ido, muerto: por la propia juventud desaparecida, sí, pero por algo más; por aquella (mítica) Europa de las aristocracias transnacionales, cosmopolitas, capaces de entenderse, de comunicarse, de convivir, por encima (y al margen) de los "prejuicios" nacionalistas ("atrasados") de los pueblos.

Hay, en efecto, en estas tres obras de Patrick Leigh Fermor una cierta idea, aristocrática, de Europa: una Europa de historia y de civilización, construida sobre lo que los "mejores" europeos (los aristócratas) tienen en común (en contraposición a las costumbres y creencias "primitivas" del pueblo llano, observadas, con curiosidad y cordialidad, pero también con distanciamiento, como puro exotismo). Una Europa esencialmente cristiana, culturalmente (esto es, más allá de las creencias religiosas efectivas) cristiana y grecolatina, construida en contraposición al islam. (Constituye un constante leitmotiv de la escritura de Leigh Fermor a lo largo de estas obras la oposición histórica entre "lo europeo" y "lo turco".)

En suma: una Europa (imaginada) aristocrática, cosmopolita y etnocéntrica. Tal es el ensueño que estos tres libros de viaje evocan (deliciosamente, eso sí). En una evocación tamizada por la nostalgia de lo ido, de lo ya imposible.

Sin duda, es posible prescindir de todo esto y disfrutar de su lectura, divertirse con las vicisitudes del viaje y dejarse acompañar por los apuntes históricos con los que el autor contextualiza con frecuencia su mirada sobre paisajes, ciudades y gentes. (También, quien -como es mi caso- esté acostumbrado a viajar solo por tierras extrañas, reconocerá algunas de las situaciones, entre divertidas, angustiosas e iluminadoras, con las que también él se habrá encontrado alguna vez...) Pero, en todo caso, creo que es importante no perder de vista el marco (ideológico) en el que los textos han sido elaboradas, si se quiere -como se debe- mantener la constante conciencia de cuál es el sentido último de los mismos. Una atención, y un disfrute, críticos son, pues, la actitud más adecuada ante estas espléndidas obras.


Más publicaciones: