Ver Le passé y apreciarla depende fundamentalmente de una condición: de que, en tanto que espectador@s, seamos capaces de aceptar la premisa (explícita en el título) de que un grupo de individuos se hallen en verdad tan absolutamente encerrados en pedir y rendir cuentas sobre lo que ha acaecido anteriormente entre ellos como lo están los personajes de la película. Resulta, ciertamente, una condición dura de admitir, porque naturalmente tenderemos a pensar que el ambiente que Asghar Farhadi crea en esta película resulta (a diferencia de lo que ocurría en la anterior, Jodaeiye Nader az Simin -Nader y Simin: una separación-, mucho más naturalista) tan enfermizo, tan asfixiante, que resulta artificioso, poco verosímil.
Dejemos, no obstante, aquí esta cuestión: acaso sea cierto que un drama de enfrentamiento entre personajes (al modo característicamente teatral) resulta menos interesante, particularmente cuando los conflictos que les atenazan son tan normales como la culpa, los sacrificios, renuncias y traiciones que se acometen con el fin de buscar una vida mejor, el dolor que ello causa, etc. Nos hallamos, hay que admitirlo, ante un "drama burgués", a la antigua usanza, del teatro más tradicional. Y ello puede interesar, o no.
Pero, si damos por bueno el punto de partida, entonces no cabe sino admirar la tarea que el director realiza con la historia que se trae entre manos. Primero, a causa de la espléndida formalización que consigue: interpretaciones excelentes, filmadas por el director en cada momento con el plano exacto, en su composición, duración y concatenación con los que le anteceden y suceden. Estamos, sí, ante un drama burgués; pero ante un drama excelentemente filmado y narrado, vibrante, que en todo momento mantiene su tensión.
Además, resulta particularmente interesante (lo destacaba, por ejemplo, Israel Paredes Badía, en su crítica de la película en la revista Dirigido por... -nº 443, abril 2014) el modo en el que el guión desdobla la trama en dos partes muy diferenciadas: una primera parte de presentación de los personajes y de los conflictos entre ellos (¡siempre por el pasado!) y, luego, una segunda que se dedica (de un modo similar al que los personajes mismos emplean) a revisitar diferentes aspectos de dicho pasado y a intentar rellenar los huecos en los recuerdos, en la memoria "oficial" que esa familia ha constituido sobre lo que fue el acontecimiento (trágico: un intento de suicidio) fundante. Poniendo de manifiesto, en el intento, que en realidad no hay forma sencilla de rellenar dichas oquedades. Que la incertidumbre acerca del pasado, de las culpas, de las causas, de las alternativas definitivamente ocluidas, habrá de permanecer, inexorablemente. Que su conflicto (por el pasado), en suma, no tiene solución: habrán de vivir -bien o mal, esa es la cuestión- con él, para siempre.
Resulta, en todo caso, del mayor interés, esa mímesis entre la estructura dramática de la historia narrada y la posición en el seno de la misma de los personajes protagonistas. Porque, así, la historia misma se resiste a ser cerrada por el narrador, reclama su esencial apertura, indeterminación. Preserva, pues, en todo caso su naturaleza necesariamente inquietante.
Es, en efecto, en esta manipulación de la narración en donde hay que hallar aquello que hace que Le passé sea algo más que un -más o menos verosímil- común drama burgués, para volverse una obra de arte interesante: en la manera en la que las formas narrativa se dejan infiltrar por la incertidumbre, la indeterminación y la inquietud que la trama de la historia trasuda, en esa inquietante interacción entre fondo y forma.