A los medios de comunicación convencionales (que han llegado a un nivel de incuria intelectual y moral difícilmente superable) les llama la atención que l@s alcaldes de izquierdas hayan renunciado al coche oficial y lleguen hasta su nuevo trabajo en bicicleta o en transporte público. A mí lo que me llama la atención es, justamente, que les llame la atención: lo que es sorprendente no es esto, sino que un(a) alcalde/ alcaldesa, por el hecho de serlo, tenga derecho a que un coche oficial y un chófer le trasladen cada día desde su domicilio hasta el ayuntamiento, a costa de nuestros impuestos, y que ello se venga considerando "lo normal”. (¿El alcalde/ alcaldesa de Amsterdam o de Stockholm va en coche oficial cada día a trabajar? Lo dudo...) Y que sólo a un(a) alcalde(sa) de izquierdas no se lo haya parecido, y haya querido hacer un gesto al cambiar esa práctica.
Y ocurre que de todo ello se deriva también un riesgo para nosotr@s, para las izquierdas: que, visto el nivel moral tan bajo del que partimos, nos conformemos con la moralidad y dejemos de lado la política (que siempre resulta, necesariamente, más conflictiva: suscita menos unanimidades). Que nos conformemos con que l@s nuestr@s sean polític@s decentes, que ni roben ni insulten ni mientan ni mangoneen... pero que no cambien nada importante en el reparto de poder, de riqueza, de privilegios.
Está bien, sí, tener polític@s decentes. Pero yo, personalmente (y supongo que no soy el único), si voto izquierda, es para tener polític@s decentes que, además, cambien la realidad social: la vuelvan más justa, más igualitaria, menos cruel, más solidaria. Que arrebaten poder, riqueza, privilegios a ciertos grupos sociales y que, a cambio, empoderen a otros.
La decencia es necesaria, sí, pero nunca suficiente, en política. Se puede, obviamente, ser de derechas y decente (aunque, dado lo que vemos cada día, ello parezca, hoy por hoy, un bien escaso): no robar, no mentir, ir en bicicleta, conformarse con el salario legalmente estipulado; pero, al tiempo, mantener los privilegios de la iglesia católica, de la banca, de los lobbies de la construcción, etc., u otorgarles aún más. Yo no quiero esa decencia. Y tampoco quiero conformarme con la de izquierdas.