Existe una forma de hacer cine sedicentemente "progresista" y "crítico" que confieso que me resulta molesta, casi insoportable: se trata de películas, totalmente concentradas en narrar una trama (que prescinden, pues, casi por completo de cualquier auténtica preocupación formal -apenas alguna pincelada de "modernidad" en su estética, un guiño hacia su público potencial, la clase media con pretensiones de prestigio y de "categoría intelectual"), y en las que el narrador se coloca absolutamente por encima de sus personajes. Estos, en efecto, aparecen -¡explícitamente, por supuesto!- como unos seres más bien débiles, estúpidos y despreciables, completamente abducidos por "el sistema", afanándose en vidas sin sentido que les conducen a caer en las más absoluta abyección moral... mientras que la voz narrativa (en un guiño cómplice hacia sus imaginad@s espectador@s) deja claro que nosotr@s, quienes contemplamos la farsa, "no somos como ell@s". Somos mejores, se supone.
Ya los evangelios cristianos (Lucas, 18, 9-14) nos advertían de que se trata de una verdadera trampa y de en qué consiste: "(...) todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido". Se trata, sí, de soberbia. Y yo no sé si la soberbia es un pecado, pero de lo que sí que estoy seguro es de que constituye un defecto, intelectual y moral, que nubla la visión. Impidiendo -en este caso, a l@s creador@s- percibir adecuadamente la realidad.
Me parece que, justamente, Il capitale umano incurre en tal defecto, en un grado en verdad abrumador. La película se acoge a la estructura dramática (siempre resultona, un pretendido toque de distinción) de los episodios de vidas cruzadas que, se supone, han de acabar por mostrar un fresco verdaderamente integral del panorama (social) retratado. Y, sin embargo, lo cierto es que lo que al final de la narración hemos obtenido es exactamente aquello que ya desde la primera escena (la llegada de la familia de clase media a la mansión de la familia rica) se nos había mostrado: que el dinero, y sólo el dinero, condiciona todas y cada una de las decisiones que adoptan los personajes; y que ello les hace necesariamente infelices, además de inmorales. Nada más: no hay evolución dramática digna de tal nombre, ni conocimiento que sea revelado en la narración. La trama se limita a confirmarnos lo que ya desde el primer momento "sabíamos". Bueno, eso sí, tenemos dos personajes "positivos", contrapuestos a la podredumbre generalizada, que salvan nuestra buena conciencia: nos hallamos, por tanto, después de todo, ante una feel-good movie...
Si, ahora, comparamos Il capitale umano con películas con tramas semejantes (se ha señalado la afinidad argumental entre esta película y Muerte de un ciclista -Juan Antonio Bárdem, 1955- o La mujer rubia -Lucrecia Martel, 2008), e intenciones en principio comparables, podremos comprender el franco retroceso que esta forma (soberbia, adocenada, pequeño burguesa) de "crítica" social implica. En particular, me gusta la comparación con La mujer rubia: en esta última, la culpa por atropellar al peatón corroe por completo la conciencia y la personalidad de la mujer burguesa protagonista (aun si no es seguro que el atropello haya tenido lugar). Observamos, pues, a un personaje sufriendo una experiencia, transformándose a resultas de ella, ante la incomprensión generalizada de su entorno social y familiar. Podemos colocarnos al lado del personaje, para comprender su experiencia, empatizar con ella. Porque no es peor que nosotr@s mism@s, ni su ambiente es mucho más despiadado que aquél en el que nosotr@s vivimos.
Otro tanto podría decirse sobre los dos amantes apabullados por el atropello de la película de Bárdem: más volcada hacia la crítica del medio social en el que la trama tiene lugar, pero, en todo caso, capaz de hacernos aproximarnos a la situación de sus personajes, de hacernos comprenderles, de suscitar nuestra empatía.
¿Es el desprecio una pasión útil? Tal vez sí, cuando se trata de adoptar decisiones rápidas, urgentes: si el Otro es -en una palabra- "malo" (despreciable), podemos decidir con más libertad y sin tantas consideraciones nuestro curso de acción. Mas se supone que el arte, que el cine, están precisamente para distanciarnos de las necesidades y presiones de la praxis cotidiana (que exige, sí, a veces, decidir y actuar a partir del desprecio que sentimos y manifestamos por otras personas). Para ayudarnos a comprender aun aquello que habitualmente despreciamos (incluso si lo despreciamos con razón). En este sentido (en tanto que obras de arte, pues), películas como Il capitale umano resultan completamente estériles. Y, lo que es tal vez peor, se empeñan en disimularlo: en pasar por arte relevante, crítico y radical. Conviene desenmascarar la impostura.