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viernes, 15 de mayo de 2015

Gustave Flaubert: Salammbô


"Je fais du style cannibale", afirmó, contundente, Gustave Flaubert, en correspondencia privada, para describir su actitud, en tanto que literato, frente a la novela, Salammbô, que entonces se traía entre manos. Y es que, en efecto, si hay que tomar en serio tal declaración, con seguridad ella constituye el ejemplo paradigmático de tal vocación "caníbal".

Pues, para el lector acostumbrado a leer Madame Bovary (su obra inmediatamente anterior), Salammbô hubo de constituir, sin duda alguna, un revulsivo (justamente como Flaubert pretendía). Y aún lo constituye. Si aquella era el ejemplo característico de la tendencia hacia la exacerbación formalista del realismo novelístico decimonónico ("le mot juste" como paradigma, efecto de la radicalización en sentido formal -y, en alguna medida, aunque ambigua y ambivalente, también ideológico- de la voluntad expresiva ya presente en Stendhal -"un roman, c'est un miroir qu'on promène le long d'un chemin"), ésta pretende significar un cambio de paradigma: una trama preñada de orientalismo, exotismo y decadentismo (y, en términos generales, de préstamos procedentes de la ideología y la tópica del romanticismo), ubicada en un tiempo histórico real, pero (a los efectos prácticos, para el/la lector(a) decimonónic@ tanto como para el/la actual) mítico, convertida en materia idónea para la expresión estética.

Así, Salammbô opera, de cara al/la lector(a), de manera abiertamente contradictoria en dos (los principales, los más prominentes y obvios) de sus niveles de lectura posibles. En el de la historia narrada, la novela abunda en episodios, en personajes, en pasiones atormentadoras, individuales y colectivas, en salvajismo y en crueldad y, en general, en un notorio predominio de lo irracional de la naturaleza humana. De este modo, en el plano temático, la novela aparece como el retrato de una sociedad y de un tiempo ampliamente arrebatados y dominados por una suerte de -por tomar en préstamo la expresión de Nietzsche- voluntad, amoral, de poder, de existencia y de supervivencia. Una sociedad que, aunque presentada como mítica (por su distancia, en el espacio y en el tiempo, respecto de las "civilizadas" sociedades europeas de mediados del siglo XIX), podría constituirse en un perverso trasunto, en auténtico retrato de rasgos ineludibles, y problemáticos, de la modernidad: en concreto de la evidente problematicidad que en la contemporaneidad viene suscitando la relación entre la voluntad existencial -tanto individual como colectiva- de sobrevivir, vivir, experimentar, gozar, etc. y la necesidad, también evidentemente moderna, de mantener la tensión moral, una autoimagen de integridad, equilibrio y apertura al Otro. Entre -por volver a Nietzsche- lo "apolíneo" y lo "dionisíaco", en suma.

Salammbô sería, en este sentido, una suerte de retrato expresionista (y, consiguientemente, deformado, grotesco) de esa parte, siniestra (en su sentido originario freudiano: unheimlich), de la modernidad.

Pero, por supuesto, la novela puede ser también leída -y debe serlo- como puro artefacto literario, de expresión verbal. Y, en este segundo sentido de lo "caníbal", lo que desde luego resulta más visible es su abigarramiento expresivo. Ristras de prolijas descripciones, de objetos, de individuos, de masas y de acciones colectivas, se acumulan sin cesar en sus capítulos. Intentando construir una suerte de "poética de la acumulación": provocando efectos de ambientación y el retrato de una civilización a través de ese modo de apilar descripciones. Pretendiendo, así, que la suma de las descripciones se convierta en algo más: en el efecto de estar describiendo, a través de las cosas y las acciones, también el clima moral que les ha dado lugar. La expresión literaria, pues, como herramienta auténticamente antropológica (en un sentido no tan alejado de lo que, mucho más tarde, vinieron a proponer tanto el estruturalismo de Claude Lévi-Strauss como la antropología culturalista de Clifford Geertz).

Y, en fin, cabe además dejarse llevar, sin ulterior propósito, por la maestría retórica del escritor, por su capacidad para manejar el lenguaje, la construcción de la frase y la riqueza de vocabulario, y disfrutarlo en un plano exclusivamente formal. Puede y debe intentarse también. Aunque, es cierto, pienso que una lectura puramente hedonista de esta obra de Flaubert, aunque posible y legítima, estaría perdiendo de vista parte significativas de la experiencia estética -mucho más integral- que en realidad el autor nos propone, como he intentado apuntar.


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