A última vez que vi Macau es un ejemplo glorioso (y raro ya, en estos tiempos descreídos) de fe absoluta en el poder creador (de "cosmogénico" lo califiqué, en otra entrada de este Blog) del cine. Y también, por supuesto, de las limitaciones efectivas de dicho poder.
Porque, ¿en qué consiste, en realidad, la película A última vez que vi Macau? En una serie de imágenes en principio banales, montadas luego de un modo más bien aleatorio, recogidas en la visita de uno de los directores a una ciudad que ya no es capaz de reconocer, pero en la que transcurrió infancia, en aquella -entonces- colonia portuguesa.: calles, gentes, aledaños, el mar,... Una imágenes banales, sí, pero que, merced a la cuidadosa manipulación de la banda de sonido (sonido diegético, incluyendo algunos raros diálogos, y una voz que se presenta como voz en off -no over, la distinción es importante- del narrador y protagonista de la película), se convierten en algo muy diferente: en una narración.
Una narración que, además, viene a compilar, en su trasfondo (en sus connotaciones), todo el bagaje de mitos que en torno a un Macau misterioso, salvaje y exótico han elaborado la literatura y el cine occidentales: sin tales connotaciones, en efecto, nada, en la narración de la película, cobraría algún sentido.
Desde luego, la cuestión es si tales connotaciones, y su evocación en la trama criminal que la voz del narrador nos intenta convencer que las imágenes están documentando (cuando ello no es cierto -no, al menos, en el sentido convencional propio del cine de género), son suficientes para que, en la mente del/a espectador(a), ello dé lugar a la creación auténtica de un universo (imaginario) propio y nuevo, en el que la historia narrada tenga sentido. Cabe dudarlo: es demasiado evidente el sentido últimamente posmoderno del artificio, antes juego (narrativo, pero también formal) que verdadero esfuerzo por contar algo relevante.
Y, pese a ello, no puede dejar de resultar fascinante la demostración tan potente de la capacidad para, con poco, muy poco, construir una historia, un mundo, una realidad. Tal es el poder del cine, que A última vez que vi Macau, aun en sus limitaciones (tanto las de los recursos materiales disponibles como las de las soluciones formales ejercitadas), vuelve a confirmar. Que esa historia, ese mundo, esa realidad creadas no nos resulten interesantes, es esa otra cuestión, muy diferente. Mas el desafío formal, estético, queda ahí.